El equipo de Télam que visitó la U-25 un día hábil a media mañana, en una jornada calurosa, fue recibido por el alcaide, Guillermo Pérez; el subalcaide, Matías Fernández, y otras autoridades vestidas de civil y, lo más llamativo, sin armas.

En ese edificio, que tiene cien años, funcionaba el Hospital Centeno de General Pico, 135 kilómetros al norte de Santa Rosa.

Desde el 26 de octubre de 1966, cuando se convirtió en un anexo de la Colonia Penal de Santa Rosa, todas las áreas se destinaron a albergar a los residentes, como el personal penitenciario prefiere llamar a los internos.

Ubicado en la calle 10, una de las más importantes de General Pico, el instituto -que tiene las características de un edificio público común-, está rodeado de vecinos que todos los días caminan, hacen sus mandados, concurren a sus trabajos y se cruzan e intercambian saludos con los internos.

Hasta hace poco tiempo alojó a Arquímedes Puccio, líder de una banda de secuestradores, quien murió en General Pico.

Aquí no hay celdas, sino amplias habitaciones con siete camas cada una y pequeños placares construidos en el taller de carpintería de la unidad por los internos que trabajan bajo las órdenes de su maestro, el subalcaide Hugo Daniel Ocampo, jefe de la división de trabajo del Servicio Penitenciario Federal (SPF).

Los cuartos son grandes, cómodos, luminosos y ventilados. Las ventanas no tienen rejas sino mosquiteros y dan a jardines o a la calle, como cualquier vivienda particular.

«En nuestro instituto no hay celdas, no hay rejas, no hay esposas ni cintas magnéticas para los internos que salen; no hay candados ni personal armado de la fuerza custodiando los diferentes ingresos y egresos», señala el alcaide Pérez.

Es tan así que mientras Télam recorre la unidad un taxista entra con su auto al lavadero, atendido por internos que a fin de mes perciben sus remuneraciones por ese trabajo. Allí lavan más de un millar de vehículos al año y la tarea se hace tan cotidianamente que residentes y clientes se relacionan de manera tal que ni el atuendo los diferencia.

Las habitaciones que reemplazan las celdas se asemejan a las de las residencias estudiantiles, salvo que cada cama está prolijamente ordenada: «Es una de las cláusulas acordadas: el orden», aclaran los funcionarios penitenciarios.

No hay olores desagradables ni el los cuartos ni en los baños, que tienen duchas con agua caliente y fría. En otro sector está el comedor-cocina, donde los platos y la comida diaria se combinan con elementos impensados en otras cárceles: los cuchillos.

«Acá los internos utilizan tenedor y cuchillos a la hora de comer; cuando llegan aquí lo primero que piden es coca cola, hamburguesas o pizzas, que en cualquier cárcel común están prohibidas porque suelen introducirse elementos de riesgo al penal», comenta Pérez.

La jornada comienza muy temprano, a las 6.30, guardando el orden y la higiene personal; luego todos concurren al salón para el desayuno, donde comparten las facturas y el pan elaborados en la propia panadería de la unidad.

El panadero es M.V.C, de 50 años. Lleva 10 en prisión y está próximo a terminar su condena en la U25.

«Soy de San Martín, provincia de Buenos Aires. Terminé mis estudios secundarios e hice cursos, uno de ellos fue el de peluquería y eso me sirvió para rebajar la pena 15 meses. Este fin de año estaré con mi familia y allí seguiré mi trabajo de panadero, porque allá tengo una panadería», relato a Télam.

Tras el desayuno cada uno se dirige al lugar de trabajo que por consenso se le asignó: el lavadero de autos, la carpintería, la herrería o la granja productiva.

Por la tarde algunos continúan con sus trabajos, otros estudian bajo la dirección de la alcaide Mayor Noemí Tabarli, terminan su secundario y uno de ellos va los sábados a Santa Rosa donde cursa el último año de martillero público. Viaja sin custodio penitenciario.

Las edades de los van de 22 años a más de 60 y todos trabajan menos uno, que está jubilado. Tres son de la provincia de Mendoza, cuatro de La Pampa y el resto de la provincia de Buenos Aires.

Los internos «perciben el salario mínimo vital y móvil pero proporcional a las horas que trabajan. El 30 por ciento lo destinan a lo que deseen comprar -cigarrillos, productos de higiene personal- y el resto se deposita en una cuenta del Banco Hipotecario. Es el dinero que percibirán cuando egresen del instituto», detalló el alcaide.

«Aquí no hay requisas -aseguró-, los internos tienen un contrato con nuestra institución: respetar las normas, estudiar, trabajar y fundamentalmente la autodisciplina. Ellos saben que ésta es la última etapa de su condena. Tienen que tomar este tiempo cercano a su libertad como el proceso para adquirir un oficio, estudiar para contar con herramientas que le permitan volver a la sociedad como hombres libres pero responsables».

El correccional abierto de General Pico, que fue ícono en el mundo y es hoy único en Argentina y en Latinoamérica, sigue funcionando y con miras a ampliar su capacidad de residencia, en medio de un debate social en los albores del Siglo XXI respecto a la eficacia del sistema penal.

Ese debate busca alternativas para que el sistema no sólo sea eficaz, para evitar la reincidencia; sino que quienes cumplen la condena lo hagan en condiciones humanitarias dignas, en un proceso en el que se apoderen de herramientas y los dignifique como ciudadanos capaces de vivir en libertad, con responsabilidad y respeto a las normas de convivencia en la sociedad en la que están insertos.

 

http://www.infopico.com/social/29688-el-correccional-abierto-de-general-pico-fue-icono-en-el-mundo-y-es-modelo-en-latinoamerica