La Unidad Penal 14 de General Alvear se encuentra a unos 25 kilómetros del casco urbano de la ciudad homónima y para llegar hasta allí hay que transitar un camino consolidado que, cuando llueve, es muy parecido a una Venecia bonaerense.

El establecimiento depende del Servicio Penitenciario Bonaerense y se emplaza en un predio de 222 hectáreas, que antiguamente perteneció al Marqués José Rufino de Olaso (1839 – 1918), superficie que fue expropiada en 1959 para afectarla a la Ley de Colonización (gobierno de Oscar Alende), pero que en 1971 fue designado como Destacamento Penitenciario de Régimen Abierto, y que recién en 1979 se convirtió en la actual Unidad Penal 14.

El ingreso a la unidad se asemeja a la entrada a cualquier estancia de la zona. Las medidas de seguridad para el acceso son mínimas.

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El ingreso nos muestra el típico casco de una estancia: eucaliptus añosos, alambrados de siete hilos, una serie de construcciones accesorias y, al fondo, la casona histórica.

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Sale a recibirnos el jefe de la Unidad, que lo primero que nos dice es que allí vamos a ver una cosa muy distintas a una cárcel, y se empeña en señalarnos que trabajan con mucha mística. Nos comenta que en ese momento tienen 122 internos y que la mayoría provienen del Gran Buenos Aires, que se encuentran penados por todo tipo de delitos. Nos dice que la convivencia es muy tranquila y que las fugas son muy infrecuentes, normalmente originadas por algún conflicto familiar del interno (familiares enfermos, problemas conyugales, etcétera).

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Comenzamos una recorrida. Es la hora de la siesta. Algunos internos duermen, otros juegan a las bochas o, simplemente, toman sol y conversan tranquilamente.

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La recorrida nos lleva hasta un tambo, donde se produce queso sardo, pero que en este momento se encuentra en refacciones, principalmente por un inconveniente con la calidad de agua, que están resolviendo en este mismo momento.

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Una iglesia, actualmente fuera de funcionamiento, nos habla de antiguos esplendores, y a sus espaldas una plantación de peras, que es una variedad absolutamente exótica para la zona, y cuyos frutos se emplean para hacer dulces.

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Las instalaciones se ven pulcras y cuidadas, aunque todo dentro del marco de la humildad. Se va a la distancia que no sobran los recursos. Más bien todo lo contrario.

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En el establecimiento encontramos todo tipo de animales (cerdos, ovejas, conejos, gallinas) que son criados para el consumo interno. Dentro de los emprendimientos más novedosos nos encontramos con el que se encuentra a cargo de Fabián Díaz, que cultiva cactus con la idea de comercializarlos en el mundo libre y, de ese modo, procurar un medio de vida para su familia.

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Vemos General Alvear y nos resulta inevitable representarnos a Punta de Rieles, en Montevideo, donde la población vive en comunidad, como si se tratara de un pequeño pueblo. Hablamos de todo esto con las autoridades de la unidad, que comprenden perfectamente lo que le decimos, la posibilidad de interactuar con la comunidad, de hacer convenios con la Municipalidad, promover que empresas privadas vengan a instalarse para proporcionar trabajo dignamente remunerado, que florezcan en ese ámbito emprendimientos a cargo de las propias personas privadas de la libertad.

Pero como suele ocurrir más a menudo de lo que desearíamos, los obstáculos burocráticos para habilitar estas ideas son múltiples. Y, razonablemente, las autoridades del establecimiento no están dispuestas de asumir el riesgo de verse involucradas en sumarios por sospechas de corrupción.

Prometemos interceder, en la medida de nuestras limitadas posibilidades, para que el SPB se sensibilice y habilite, en forma decidida, la celebración de convenios, que promueva el trabajo, en relación de dependencia o autogestionario. Que posibilite que las personas privadas de la libertad se puedan ganar la vida dignamente y ayudar a sus familias. No parece ser una cosa tan complicada de entender.

Son muchas las cosas que quedan por hacer si en realidad se pretende que este establecimiento florezca en toda su magnitud. Pero destacamos como punto positivo el hecho de demostrar que es completamente factible la convivencia pacífica de un grupo de personas privadas de la libertad que supere a una pequeña comunidad. Aquí hay 122 personas que han atravesado todas las circunstancias de la vida y que, sin embargo, demuestran todos los días que es factible confiar en ellos, que están dispuestos a mirar hacia adelante.

Regresamos pensando que por numerosos motivos Alvear puede ser veinte veces Punta de Rieles. Pero lo cierto y lo concreto, mal que nos pese, es que hoy representa un 10% de sus verdaderas posibilidades. Mal que nos pese para quienes pensamos que, mientras existan cárceles, deben ser sitios de oportunidades para las personas que las habitan.