Nicolás (no es su nombre real) asoma su cabeza para ver qué está sucediendo en la oficina del Hogar Don Bosco, en donde vive hace una semana. Mira con curiosidad, sin decir palabra, como buscando alguna respuesta a todas las preguntas que le explotan en la cabeza y en el cuerpo. Con tal sólo cinco años, ésta es su segunda estada en este hogar, al que llegó por haber sido abusado sexualmente por su padre y quizás otros miembros de su familia. «El año pasado, estuvo con nosotros durante 60 días hasta que volvió con su familia. Desde principios de este año que el jardín de infantes está denunciando que esta situación persiste y recién ahora tomaron cartas en el asunto. De hecho, esta vez también decidieron separar al resto de sus cinco hermanos de sus padres», cuenta Oscar García, director del Hogar Don Bosco, ubicado en La Plata, que alberga a 19 chicos de 5 a 16 años.

Nicolás es uno de los 8218 menores que después de padecer el horror del abuso sexual o el maltrato de manos de sus propios familiares actualmente viven en un hogar privado, una institución pública o están bajo acogimiento familiar en el país. Nicolás también encarna una nueva realidad social que todavía los diferentes organismos del Estado y las instituciones de bien público están intentando desentrañar: la violencia doméstica en su máxima expresión. «Las causas son cada vez más extremas y las edades más tempranas. El otro día recibimos a una niña de cuatro años con clamidia, una enfermedad de transmisión sexual», cuenta, preocupada, Yael Bendel, presidenta del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Ya no estamos hablando -como sucedía históricamente- de menores que por situaciones de pobreza o de abandono son dejados en manos del Estado, sino de problemáticas familiares tan complejas que obligan a las autoridades a intervenir y a separar a esos chicos de su familia de origen. Según el informe «Situación de niños, niñas y adolescentes sin cuidados parentales en la República Argentina», realizado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf), del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, junto con Unicef, el 57% de los 14.417 menores de 0 a 18 años que viven en hogares o institutos de menores en el país fueron ingresados por motivos vinculados a la violencia, el maltrato o el abuso sexual. Los números son los siguientes: el 44% ingresó por violencia y maltrato; el 31%, por abandono; el 13%, por abuso sexual, y el 11%, por otros motivos.

Gimol Pinto, especialista en protección de derechos de la niñez y adolescencia de Unicef y una de las autoras del mencionado estudio, aporta una posible explicación a este fenómeno: «En la legislación anterior, estas categorías no estaban tan visibles pero el chico también era separado por temas de violencia. Cuando la ley categorizaba por «estado de abandono, peligro moral o material» mezclaba todo. No se diferenciaban las situaciones de violencia, lo cual tampoco permitía un seguimiento personalizado. A su vez, hay que tener en cuenta que existe un número de casos que por trabas culturales, prejuicios o dificultades de acceso a la Justicia no salen a la luz».

Si bien la situación de los menores no es estática y se va modificando día tras día, las autoridades rescatan el hecho de que actualmente la desvinculación de un niño de su medio familiar consiste en una medida excepcional y no se efectúa por motivos como la pobreza familiar. «Son separados sólo por causas justificadas entre las que predomina la violencia. Ese avance se debe a sanciones de nuevas normas, como la ley N° 26.061 y otras normas provinciales, y fuertes trabajos de sensibilización y capacitación por parte de actores gubernamentales», señala Gabriel Lerner, secretario de la Senaf.

De hecho, en la órbita porteña, sólo en el 5% de las 30.000 intervenciones que están activas en este momento desde el Consejo el organismo decidió separar a los chicos de sus familias.

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Nadie se atreve a asegurar a ciencia cierta que efectivamente se han incrementado los niveles de violencia doméstica, pero sí todos los especialistas consultados coinciden en que ésta es la materia prima con la que tienen que trabajar todas las entidades vinculadas a la niñez en riesgo.

Las cifras hablan por sí solas. Durante el primer semestre del 2012, el Sistema de Promoción y Protección de Derechos de la provincia de Buenos Aires realizó un total de 15.895 intervenciones por situaciones de maltrato infantil que sufrieron 4432 niños y adolescentes.

Preocupada por este flagelo, la Secretaría de Niñez y Adolescencia bonaerense lanzó junto a Unicef un proyecto para elaborar un protocolo y guía de recursos institucionales para el abordaje, prevención y erradicación de la violencia contra niños y adolescentes.

La misma prioridad es la que aplicó el gobierno porteño al crear la Unidad Técnica de Medidas de Protección contra la Violencia, que evalúa el riesgo, asiste y deriva los casos de niños y adolescentes con problemáticas vinculadas con el maltrato y abuso.

Porque lo que resulta evidente y nadie puede negar, es el aumento en el número de denuncias de violencia doméstica. Gracias al fortalecimiento del sistema de alarma, a la propagación de lugares en dónde denunciar y de las organizaciones que contienen a los afectados, de la presencia del tema en los medios y de la concientización en general, son más los que se animan a hablar. Apoyando esta teoría, María del Mar Arjona, psicóloga social y coordinadora del Hogar de Día Antilco, al que asisten 50 chicos de 6 a 12 años, ubicado en Dock Sud, sostiene: «Este año notamos muchos más padres que se acercaron por temas de abuso y violencia, de adicciones, de chicos de seis años que no tienen referentes y se manejan solos. En cada caso, vemos cuál nos parece el mejor método de intervención».

 

 

 
Los niños que llegan a los hogares comparten situaciones de vida parecidas: suelen tener baja autoestima y necesitar contención psicológica. 

 

 

Los referentes se cansan de repetir con impotencia que los que terminan «pagando el pato» son los chicos. «Yo te diría que el 100% de las chicas que llegaron al hogar en los últimos seis años lo hicieron por motivos relacionados con la violencia, el maltrato o el abuso», sostiene Paula De Martini, directora del hogar que recibe a 23 chicas de 13 a 19 años. Los nombres cambian, pero lamentablemente las historias se repiten. María, por ejemplo, es una chica que desde los 5 años fue violada por su padrastro y que después de escaparse de su casa en numerosas ocasiones y de pasar una infancia sumida en las amenazas, recién a los 17 años pudo decir basta y hoy vive en el hogar.

Para seguir aportando datos a este fenómeno Bendel afirma que en la ciudad de Buenos Aires los ingresos de los menores se producen en un 64% por motivos de abuso y maltrato, el 8% han sido abandonados y el 28% ha ingresado por ausencia de referentes primarios. «Me animaría a decir que en realidad estamos hablando de un 90% que llega por motivos de violencia, porque cuando se recaban los datos se los ingresa en otra categoría poniendo como secundaria la violencia pero son casos que están atravesados por situaciones de maltrato.»

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La buena noticia es que la cantidad de chicos que viven en hogares o institutos de menores ha ido disminuyendo en los últimos años, producto de la aplicación de la nueva ley N° 26.061 de Protección integral de los derechos del niño, niña y adolescente. Siguiendo los lineamientos internacionales, desechó definitivamente la concepción del niño como objeto a tutelar, colocándolo como sujeto de derecho, además de establecer que ningún menor podrá ser separado de su familia por motivos económicos. Para ello, las autoridades nacionales y locales pusieron en funcionamiento los apoyos necesarios para que las familias de bajos recursos pudieran retener a sus hijos.

A nivel nacional, el último relevamiento disponible de 2007 arrojaba un total de 17.000 niños institucionalizados. Hoy este número se redujo a 14.417 chicos y chicas, de los cuáles el 44% tiene entre 13 y 17 años, el 29% de 6 a 12 y el 26% de 0 a 5 años.

«En la provincia de Buenos Aires se pasó de 12.000 a 6000 chicos institucionalizados y la política ahora es llegar a 3000. Si los chicos estuviesen bárbaro sería ideal, pero los chicos en la calle, en la escuela y en los barrios están peor. La pobreza sigue estando, la delincuencia, la violencia, la droga y las violaciones son casi naturales entre ellos», afirma García, convencido de que en muchos casos, es mejor que los chicos vivan en un hogar, antes de tener que sufrir abusos permanentes en sus familias de origen.

En la órbita porteña, el descenso de chicos en hogares también es alentador. Mientras que en el último trimestre del año 2007 se encontraban alojados 1114, en el último trimestre del año 2011 eran cerca de 786. El 48% pertenece al rango etário de 0 a 11 años, que presenta un alto grado de asistencia a la escuela (76%), el resto no tiene edad escolar y hay un 6% de abandono escolar. En cuanto al período de alojamiento de los niños, niñas y adolescentes, se estipula un promedio de 1 año y medio.

La madre de Carla – de 13 años – llegó un día a Antilco para contar que hacía un año su hija había sido abusada por un tío. Desde la entidad la acompañaron al Centro de Salud del barrio para que le dieran asistencia psicológica. «No se resolvió el tema judicialmente, pero al menos ella pudo hablarlo y trabajarlo. Nosotros queremos generar un espacio en el que los chicos puedan hablar de lo que sea, mostrarles una nueva manera de ver y hacer las cosas, para poder pegar el grito de decir «No quiero más», dice Arjona, a la vez que enseña a los chicos a ser ellos mismos sus propios agentes de prevención.

Son chicos con miradas perdidas, forzados a crecer de golpe y a los golpes, marcados de por vida por el fantasma del abuso, aplastados en su autoestima, y obligados a la tiranía de una realidad familiar que lejos de cuidar su integridad, los despoja de sus derechos más básicos.

Ellos son los que pasan de estar atrapados en los puños de sus padres a estar atrapados en un sistema que si bien en teoría busca su bienestar, no siempre lo consigue en tiempo y forma. «Todos estamos de acuerdo en que la internación es el último paso, pero los chicos llegan hechos bolsa, cargados con maltratos, abusos y violaciones. Lo que siempre pasa es que se hace una denuncia, va la policía a la casa, les dice a los padres que no les peguen más pero todo sigue igual. Los mecanismos de intervención son muy lentos y los chicos llegan muy golpeados. Si ya saben de entrada que estos chicos no van a poder volver con sus padres por temas de violencia, adicción o psiquiátricos en 60 días se debería dictar la guarda o la adopción y eso no pasa. Nosotros tenemos un promedio de 2 años de estadía de los chicos», dice García, que hace 24 años está al frente de este hogar y eso le permite tener una idea más acabada de qué factores son los que llevan a muchas familias a estos extremos: «son personas que trabajan todo el día, a las que no les alcanza para cubrir lo mínimo, que viven de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y que lo primero que hacen es desquitar su frustración con los hijos».

Una de las críticas más fuerte y urgentes que esbozan los responsables de los hogares de menores es que los mecanismos de control no funcionan con la suficiente celeridad como para remover a un chico de un hogar en el que está siendo maltratado. Para Gimol, esto a veces sucede porque se hace una mala lectura de la ley, que en ningún momento dice que hay que priorizar la vinculación familiar a rajatabla. «La ley ha puesto un énfasis en la convivencia familiar porque antes estaba puesto en la desvinculación familiar por cuestiones económicas. Pero también hace una defensa total de la protección integral de los chicos. Esto quiere decir que si se hace una denuncia de maltrato o abuso esa tiene que ser una señal para poner en marcha el sistema privilegiando al chico.»

 

 

 
En el Hogar María del Rosario de San Nicolás – como en el resto de las instituciones – se hace un uso eficiente de los alimentos para poder hacerlos rendir al máximo. Foto: GRACIELA CALABRESE

 

 

En el Hogar María del Rosario de San Nicolás explican que la mayoría de las chicas ingresan con 13 o 14 años, con un nivel de confusión enorme y con la autoestima muy pisoteada. «Cuando la situación de abuso o violencia se está dando lo más importante es sacar a las chicas de ese lugar porque están en riesgo. Recién en la adolescencia pueden empezar a entender que están siendo abusadas y por eso necesitan tratamiento psicológico y psiquiátrico. Esta contención no la pueden recibir en cualquier lado porque hace falta un equipo interdisciplinario de profesionales que es lo que nosotras tenemos acá. Entonces su opción es esto o la calle», cuenta De Martini.

Todos los actores involucrados tienen en claro que hay que agotar todas las instancias posibles antes de separar a un chico de su familia, después intentar con la familia extensa (tíos, primos, abuelos) y si eso no es posible, recién ahí pensar en otras opciones como una institución, una adopción o un acogimiento.

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Los egresos de los chicos nunca son fáciles. Hay que hacer todo un trabajo profundo de acompañamiento para ver cuál es la mejor opción en cada caso. Lo cierto es que -contrario a lo que piensa el común de la gente- la adopción es casi una utopía.

Según las cifras de la Senaf, el 54% de los menores consiguen una revinculación familiar con sus padres o con alguien de su familia extensa, el 20% consigue la mayoría de edad sin un proyecto autónomo, el 8% llega a la mayoría de edad con un proyecto autónomo, el 7% sale en adopción y otro 7% abandona el programa. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, el 73% de los niños, niñas y adolescentes se revinculan con su familia o referentes.

«De los 19 chicos que hay acá solo uno está en situación de adoptabilidad. Los otros están para irse con una familia sustituta o de acogida pero manteniendo contacto con su familia de origen. Esto pasa en la mayoría de los hogares», explica García.

Juana y sus dos hermanas menores pasaron varios años viviendo en el Hogar María del Rosario de San Nicolás, hasta que ella, con 22 años, se casó e invitó a las dos menores a vivir con ella. Desde el hogar le dieron todo el apoyo para poder enfrentar este proceso, pero así y todo a Juana, muchas veces esta realidad se le hace cuesta arriba porque no sabe cómo ser esposa y madre a la vez. «Se supone que un trabajador social y un psicólogo tienen que ir a su casa para hacer el acompañamiento pero no van entonces la situación así no se sostiene», explica Carolina Vangarot, integrante de la Comisión Directiva del Hogar María del Rosario de San Nicolás, a la vez que afirma que la mayoría de los egresos de la institución son autónomos.

Con un diagnóstico más claro de cuál es el perfil y las necesidades de los chicos en situación de riesgo, todos los actores involucrados ponen el foco en lo que todavía falta ajustar para que ellos puedan tener una infancia plena.

«Hacen falta instancias como centros de día que puedan contener a los chicos y a los padres, lugares que les enseñen a los padres a ser padres. Esto sucede por los contextos precarios en los que viven en los que estas situaciones de maltrato y abuso se vienen repitiendo de generación en generación justamente porque no consiguen salir de su círculo de exclusión», sostiene García, convencido de que hace falta trabajar de manera articulada con la escuela, con las familias, con el barrio y con los chicos en situación de calle.

Para Martini una de las deudas pendientes es el buen funcionamiento del Programa de Fortalecimiento Familiar porteño, que tiene como objetivo acompañar a las familias que reciben a los chicos. «La asistente social va un par de veces y después nunca más. Es tal el afán de la chica de estar con una familia y de las autoridades por egresar chicos que muchas veces ni siquiera sabemos con qué tipos de familias terminan.»

Desde la Senaf, Lerner reconoce que todavía tienen muchos desafíos por delante: seguir reduciendo la cantidad de niños separados de sus familias y trabajar en prevención sobre la violencia intrafamiliar. «También hace falta mejorar la articulación entre las políticas destinadas a niños sin cuidados parentales y las de adopción: hay que reducir los tiempos en que se toman algunas decisiones y seguir mejorando la calidad de las intervenciones técnicas y profesionales», dice el funcionario.

Para Pinto una de las principales conclusiones que muestra el estudio realizado por la Senaf y Unicef, es que hace falta mejorar las formas de respuesta frente a la violencia, priorizar la intervención interinstitucional, trabajar en la detección temprana de la escuela y los servicios de salud y ayudar a los adolescentes a generar proyectos propios de vida. «Muchas veces cuando hay denuncias de adultos que abusan de chicos se decide modificar el lugar de vivienda y de vida de los chicos y no el del adulto. Ahí es donde hace falta mejorar el acceso a la justicia de los chicos para que puedan aportar su testimonio y que se encuentren formas de protegerlos», argumenta.

Nicolás se pone a jugar con otros chicos del hogar en una mesa redonda. Cada uno agarra el muñeco que más le gusta, se adueña de su personaje, le pone voz, le elige los mejores superpoderes y aunque sea por un rato, se entregan a la fantasía de ser adultos, fuertes e intocables.

LOS MITOS QUE SE ESCONDEN DETRÁS DE LA VIDA EN LOS HOGARES

Será producto del desconocimiento, del prejuicio, del miedo, o de una suma de todo lo anterior. Lo cierto es que son muchos los mitos que se esconden detrás de la vida en los hogares, aunque la realidad diste mucho de esas construcciones sociales.

Los supuestos más comunes a desentrañar son:

-¿Cómo puede ser que haya tantos chicos institucionalizados habiendo tantas personas interesadas en adoptar?

Son varias las condiciones necesarias para que un chico sea considerado por un juez, en situación de adoptabilidad. De hecho, en la ciudad de Buenos Aires, sólo el 14% de los chicos que viven en hogares pueden ser adoptados. El resto mantiene algún tipo de contacto con su familia de origen o alguno de sus familares extensos (primos, tíos, abuelos). Sólo para arrojar un poco de luz sobre este tema, de los 1200 inscriptos en el Registro Unico de Aspirantes a Guarda con fines Adoptivos (Ruaga) del gobierno porteño, el 95% acepta únicamente a chicos de hasta 3 años. Y sólo el 1% de los chicos en situación de ser adoptados tienen hasta 3 años. Sólo falta hacer las cuentas .

A nivel nacional, la adopción representa únicamente la salida para el 7% de los egresos de los chicos en los hogares. El hecho de que el 44% de los menores institucionalizados tengan entre 13 y 17 años también debe incidir en este resultado.

-Existe un gran negocio detrás de los hogares e institutos de menores y por eso no los cierran

-El gobierno porteño entrega a los hogares becas mensuales que rondan los $3000 por chico en función de sus necesidades. «A nosotros nos dan $3000 por chica y la realidad es que nos sale el doble poder darles una atención integral, que incluya todo el acompañamiento psicológico que necesitan. La otra mitad la tenemos que generar a partir del Club de Amigos del hogar. En el caso del Hogar Don Bosco, que depende del gobierno de la provincia de Buenos Aires, reciben $1300 por chico pero desde febrero que dejaron de girarles los fondos. «Reventé la tarjeta de crédito. Tenemos las facturas de luz, gas y teléfono impagas. Cuando nos vengan a cortar vamos a salir a pedir plata a los vecinos. Mi hija saca préstamos en financieras, nos prestan plata los jubilados y por suerte mucha gente del barrio nos dona alimentos», cuenta desesperado García.

-Los chicos viven encerrados y no tienen autonomía

-Los hogares se llaman «convivenciales» justamente porque intentan replicar la vida dentro de cualquier casa familiar. Los chicos van al colegio, al médico, realizan actividades recreativas, pero desde ya tienen que cumplir con horarios y con las reglas del lugar. «Los chicos más grandes se manejan solos en colectivo, van a talleres afuera, invitan a sus amigos y salen a hacer mandados», cuenta García. Por su parte, De Martini explica que todas las actividades escolares, terapéuticas y deportivas se realizan fuera de la institución. «Ellas tienen horarios de entrada y de salida en función de sus actividades. Vienen de visita familiares o amigos pero también incentivamos mucho las salidas.»

-La mayoría de los chicos que pasan por los hogares después se convierten en delincuentes

-Si bien esta afirmación está más asociada a los institutos de menores que son los que alojan a los menores en conflicto con la ley penal, también se aplica muchas veces a los hogares. «Según un informe que llevamos adelante con los hogares de Pilar, La Plata, Quilmes y Lomas de Zamora, sólo el 10% de los chicos que habían pasado por hogares caían luego en la delincuencia», afirma García.

HOGARES EN RIESGO

Son muchos los que están luchando por no cerrar sus puertas.

¿Qué necesitan?

Efectivo/club de amigos/padrinos:

La mayor necesidad es el aporte monetario para poder cubrir los gastos fijos mensuales y los sueldos de los profesionales.

Voluntarios:

Profesionales que quieran sumarse a brindar diferentes talleres.

Donaciones:

De alimentos no perecederos, de ropa, de colchones, de útiles escolares, de juguetes, de artículos deportivos, entre otras cosas.

Encontrá el hogar más cercano a tu domicilio en Rutas Solidarias ( www.rutassolidarias.org.ar )

PARA SABER MAS

Hogar Don Bosco

hogardonbosco-lp.com.ar

Hogar María del Rosario de San Nicolás

www.hogarmrsannicolas.org.ar

Antilco

(011) 4201-3878

Unicef

www.unicef.org/argentina/

Senaf

(011) 4338-5800

Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes

www.linea102.buenosaires.gov.ar.

 

fuente http://www.lanacion.com.ar/1495664-una-infancia-golpeada