Finalizó la campaña #NoCuentenConmigo


Hace poco más de una semana, con algo de incredulidad y mucho de espanto, nos enterábamos que unas cincuenta personas, durante un buen tiempo, golpearon a un muchacho que había robado una cartera, le pasaron con una moto por encima e impidieron que venga la ambulancia. Finalmente, el joven murió. Se llamaba David Moreyra. Con más incredulidad y espanto supimos que muchos lo celebraban en las redes sociales, usando términos como valentía, coraje, solidaridad.

A muchos de nosotros nos pareció que ese no es el mundo que queremos. Y que valentía, coraje, solidaridad, son justamente lo opuesto.

Quisimos creer que se trató de una excepción, de una aberración, y no de algo aceptado por los vecinos que saludamos en la calle, los compañeros de trabajo con los que compartimos el mate. Pero nos encontramos con que las voces que celebraban la muerte o la justificaban, eran repetidas y tenían ecos en influyentes comunicadores, como si "la gente", en el fondo, de verdad, pensara eso, actuara así.

Mientras, recibíamos dolorosas poesías que nos mostraban que no estábamos solos en nuestro triste desconcierto, que había muchos a los que les dolía pensar no sólo en esa muerte, sino en su propio vecino convertido en un sanguinario verdugo. Entre estas conmovedoras poesías, una comenzaba diciendo "No. No cuenten conmigo...para celebrar la muerte". Esa frase poderosa, dirigida a aquellos que nos convocaban a que nos uniéramos a la horda homicida o a la horda festejante, fue todo lo que necesitamos para saber que había muchos con los que podíamos contar.

Desde la Asociación Pensamiento Penal pedimos que estamparan su firma aquellos que no querían que nos incluyan para celebrar una ejecución colectiva, cruel, cobarde y a sangre fría. Esperábamos que al menos unas tres mil personas nos hiciéramos escuchar, para hacer oír una voz de pesar y de alarma que interrumpiera los festejos y las justificaciones. Esa era nuestra expectativa más optimista.

Reunimos casi trece mil adhesiones. Y estamos seguros que somos muchos más. Casi trece mil desde una organización civil sin fines de lucro, enteramente vocacional, sin más recursos que nuestra pasión. Pero sabemos que somos muchos, muchos más. Trece mil estamparon su nombre y no tuvieron miedo a que los acusaran de ser de tal partido o de otro, de un sector u otro, de tal ideología. La única voz fue la de no dejar que la barbarie se apodere de nosotros. Y fue la voz de maestros, empleados, jubilados, jóvenes, viejos... de muchos, de todos lados.

Desde la Asociación Pensamiento Penal les agradecemos por recordarnos, unos a otros, que aunque a veces parezcan tener más espacio las voces del autoritarismo, de la violencia, de aquellos que creen que tiene que haber un país para unos y otro para los otros, que festejan el dolor, con (o sin) elaboradas justificaciones; somos más y nos podemos hacer escuchar, los que creemos que el dolor nunca es digno de festejo, que somos los mismos los que estamos arriba que los que estamos abajo, que la paz la queremos para todos, no para unos pocos. Somos muchos, somos más, los que creemos que toda vida vale, que ningún ser humano es descartable, que toda muerte hecha por otro, es una tragedia. Que no hay sujetos de uno y otro bando, que tu bando es mi bando, y que queremos salvarnos, pero todos juntos, que no estamos dispuestos a comenzar a echar gente por la borda.

Hay al menos dos formas de pensarnos y de pensar el futuro. En una, ellos están en contra de los otros, y para salvarse hay que combatirlos. Esta forma de ver el mundo lleva a la muerte. En la otra, no hay un ellos y un nosotros. Todos somos nosotros.

Gracias por el compromiso.

Javier es el inspirador del lema #NoCuentesConmigo

Frases como bandera

Hace ya un tiempo que escribo con cierta regularidad en la contratapa de Rosario/12. No sé bien cómo llegué o por qué me fui apropiando de ese espacio, pero poco después de haber publicado mi primer libro de cuentos apareció la oportunidad y me aferré a ella con entusiasmo: al fin y al cabo, entre muchas otras cosas, también escribimos para ser leídos y el diario me ofrecía la oportunidad de llegar a nuevos lectores. Empecé haciendo lo único que sabía, que era hacer ficción, pero con el tiempo me fui sintiendo más cómodo o más libre y me atreví a experimentar con otras cosas. Me gustan las historias mínimas que me permitan abordar algún tema universal que no esté ligado a los sucesos de la semana, y divagar sobre el amor o el desamor, la muerte, la nostalgia o el azar, entre otras cuestiones. Pero no suelo hablar de actualidad. Nunca, o casi nunca, dejo que se impongan los temas que marca la agenda. El brutal asesinato de David Moreira a manos de un grupo de vecinos en un barrio de mi ciudad y la indignación que me provocó ver cómo era celebrado por cierto sector de la sociedad clausuró toda posibilidad de escribir sobre otra cosa. Sentí la necesidad de oponerme al discurso que promueve la cultura de la muerte como alternativa. Pero no sabía cómo hacerlo. No sabía qué decir. Y lo primero que se me ocurrió fue que no quería ser parte de ese "nosotros" que algunos daban por sentado. Que si nosotros es esa turba que mata y celebra la muerte, no contaran nunca conmigo entre las filas del pronombre.

De modo que empecé por el final. Fue lo primero que escribí. El resto vino solo. Envié el texto por mail con una aclaración. Sabía, dije, que me tocaba hacer la contratapa quincenal. Pero no había podido ni iba a poder escribir sobre otra cosa que no fuera esa opinión rabiosa. Dejé en manos de los editores la decisión de publicarla o cederle el espacio a alguien más porque pensé que no tenía ningún valor. Que a nadie le importaría demasiado qué sentía yo ante esa muerte.

La inmediata repercusión de la nota en las redes sociales me tomó por sorpresa. Pero al cabo de un par de días se había compartido más de diez mil veces entre Facebook y Twitter. Todavía no alcanzo a entender cómo y por qué se viralizó de ese modo, incluso antes de que se transformara en un hashtag de campaña. Me gusta pensar que, de algún modo, la nota supo reflejar el sentir de un sector de la sociedad que insiste en creer en la posibilidad de la resolución civilizada de conflictos a través del Estado de derecho y que necesita oponerse a la conducta criminal, antidemocrática y socialmente primitiva que se expresa en los linchamientos.

Escribo, dije alguna vez, porque el acto de escribir siempre me tiene un milagro reservado.Todo cuanto se generó a raíz de la nota y la campaña que de algún modo inspiró, me parece uno de esos pequeños e inesperados milagros. No puedo más que celebrar que la Asociación de Pensamiento Penal y todos y cada uno de los que se sumaron con su firma, hayan contribuido para transformar esta opinión rabiosa en bandera de campaña. Que hayan sentado con una simple frase algo que, tal vez, logre transformarse en mucho más: en un significado encarnado.

Yo sólo atiné a decir que no. Así no: no cuenten conmigo.

Otros se aferraron a la frase y la hicieron bandera en la búsqueda de una sociedad más inclusiva, respetuosa del estado de derecho y que abogue por la paz social. Quizá, incluso, un legado conceptual para una propuesta ética.

Rubén, miembro de APP, es el inspirador de la campaña.

No estamos curados de espanto

No somos "la gente", sino sólo una parte de la gente. Somos amas de casa, estudiantes, deportistas, artistas, científicos, intelectuales, carpinteros y desocupados. Algunos lucimos luengas cabelleras, otros evidentes canas y, muchos, relucientes calvas. Los hay jóvenes, los que dejaron de serlo y los que volvieron a sus años mozos. Chicas de polleras breves y hombres de imponentes corbatas. No somos "la gente", pero también somos una parte de ella.

Somos diferentes en tantas cosas: religiones, partidos políticos y hasta clubes de fútbol. En lo esencial, sin embargo, nos caracterizan nuestros rasgos humanos, de comunes personas, que no estamos curados de espanto ante la barbarie y la crueldad.

No nos basta con decir que hay un Estado ausente. Quizás ello sea así y, para el caso, no es lo central. Nosotros no queremos estar ausentes, nos sentimos incómodos con la neutralidad y nos asquea la indiferencia. Era previsible, es muy difícil ser neutral cuando un grupo de cobardes patea a un muchachito que yace indefenso en el piso, cuando hay quien se regocija de esa miserable acción o intenta justificarla como si hubiese sido una faena de ciudadanos indignados. Quienes dicen esto son ciudadanos, han sido víctimas de delitos graves, eso ¿los determinaría a patear a un pibe que no puede defenderse?. Medida en número de patadas ¿cuán indignados hay que estar? Qué es eso?, significa "por algo será?".

Por eso, esta vez no seremos ingenuos, ni tibios. Ya nos pasó. Alguna vez mientras estábamos en la luna o desorganizados, otros indignados tan feroces como los de ahora, mataban a pibes, a pibas, a niños, a ancianos, a jóvenes, a adultos, a curas, a artistas, a científicos, a deportistas, vale decir a gente, o -mejor dicho- a parte de la gente. Al principio pateaban, después usaban una porquería llamada picana y después los vuelos y el pentotal. La cara de esa parte de la gente se veía tan indefensa como la de los pibes a quienes los indignados de ahora patean en el piso.

De la peor manera hemos aprendido que la expresión Nunca más, no es sólo una frase bien dicha. Es un concepto político, una forma de entender la vida, uno modo previsible de relacionarnos y -también- una respuesta pautada frente a quienes delinquen. Es aún algo más: la línea gruesa que nos diferencia como seres humanos, tan imprescindibles como el pibe que recibió las patadas en la cabeza y en las costillas.

Hemos juntado adhesiones porque somos la gente, mejor dicho parte de ella. Para tomar partido. Para ubicarnos en la vereda opuesta de los actuales indignados y de quienes justifican la barbarie.

En fin, nos hemos juntado amas de casa, estudiantes, deportistas, artistas, científicos, intelectuales, científicos, carpinteros y desocupados; melenudos y calvos; jóvenes y viejos, para que nuestra voz se escuche más clara, para no hablar en singular: indignados de ahora ¡No cuenten con nosotros! Ni para para salir a matar a golpes ni para celebrar la muerte (gracias Javier Núñez).

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