Viajaba por América Latina y había decidido instalarse en Buenos Aires. Una tarde, en el barrio de San Telmo, la detuvieron acusada de ofrecer “brownies mágicos”. En unos minutos pasó de ser una diseñadora gráfica en busca de su destino, a una presa acusada de narcotráfico. La policía dijo a los medios que tenían brownies con 30 gramos de marihuana cada uno, pero las pericias determinaron que la marihuana era apenas un gramo.

A veces, Jenny Galvis rememora las noches en que bailaba al ritmo de los tambores. El recuerdo le humedece los ojos. Los recitales dela Bomba de Tiempo en el Konex; los ojos, cerrados; su pelo moreno y ondulado, moviéndose; las caderas diminutas, contorneándose. Rodeada de las decenas de extranjeros que hacen de este lugar un punto de encuentro, una especie de ritual para los jóvenes llegados de distintas partes del mundo a rehacer sus vidas en Buenos Aires. Y sólo eso. El ruido ensordecedor del traqueteo de los tambores y algún otro instrumento del músico invitado del día.

No hay batucada en el lugar donde vive ahora. Cumbia, sí. Y reggaetón. Al palo. A veces tan insoportablemente fuerte que es imposible pensar en otra cosa. Y los gritos. Muchos gritos.

Falta apenas un mes para su cumpleaños número 30. Jenny, la joven colombiana de piel emblanquecida por la vida intramuros, piensa qué le gustaría de regalo. Algo que la ayude a mantener la cabeza ocupada.

-Trame La Divina Comedia–pide.

“En medio del camino de nuestra vida”, lee allí, “me encontré por una selva oscura, porque la recta vía era perdida”.

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En Colombia  estuvo cinco años de novia. Un episodio terrible con su pareja –del que no quiere hablar- causó la separación y le dio el empujoncito para emprender el viaje que hacía tanto que planeaba en su cabeza. Se colgó la mochila al hombro, se despidió de su madre y sus dos hermanas y comenzó su recorrido. Buscaba sumar experiencia a su carrera de diseñadora gráfica.

Tardó un tiempo en llegar a Buenos Aires. Durante dos años compartió alojamiento y aventuras con otras extranjeras que, como ella, querían una vida nueva, distinta. Comenzó a estudiar Arte.La Argentinaparecía la tierra prometida.

Para costear sus estudios fue alternando trabajos de los más diversos. Formó parte del equipo de un parque de diversiones junto con otra colombiana. Durante un tiempo parecía funcionar, pero se cansó y fue en busca de otra cosa.

Al tiempo consiguió trabajo en una empresa exportadora de pescados. Del arte y el diseño a este rubro había una brecha demasiado amplia, por lo que el nuevo oficio duró poco. Sin trabajo, la cosa empezó a ponerse difícil: tuvo que dejar el departamento que compartía con una amiga en el barrio de Monserrat.

Otros amigos, Mario y Ricardo, también colombianos, le ofrecieron hacerle un lugar en la habitación que ocupaban en un hotel de Constitución. Ella aceptó dejar ahí el equipaje que cargaba, una valija y un bolso de mano, mientras buscaba un lugar para vivir hasta encontrar trabajo.

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Como cada domingo, el 5 de junio de 2011 San Telmo era una fiesta que desbordaba de artesanos, gente que vendía comida, músicos en cada esquina. Los turistas y los argentinos paseaban sobre los adoquines.  Jenny se encontró con Mario y Ricardo. En el piso, frente a ellos, había una bandeja. Un tipo que vendía baratijas les hizo un lugar en la vereda en Defensa al 800, centro neurálgico de la feria dominguera.

De golpe, aparecieron tres hombres de expresión dura.

-¿Qué tienen ahí? – preguntó uno.

-Brownies.

-¿Qué tienen adentro?

Magic. La palabra escrita en una hoja cuadriculada fue el elemento “sospecha” que permitió a los policías de civil llevar adelante el operativo. Tomaron la bandeja, la olieron de a uno.

Jenny, a un costado, permanecía en silencio. Uno de los policías desarmó los brownies. Los sacaba de su envoltorio, los desmenuzaba con sus dedos, los olía, los seguía desarmando. En el quinto brownie, entre las migas, encontró un palito. Sacó un encendedor del bolsillo y le prendió fuego. Magia.

Luego declararían que reconocieron el olor: marihuana.

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“Cayó la banda de los brownies mágicos”.

Era un brevísimo cable de agencia que mencionaba el operativo del 5 de junio de 2011. Jenny hace una mueca de desconcierto cuando escucha el titular. La palabra “banda” suena a mucho. A organización. “Los narcotraficantes fueron trasladados a la comisaría”, decía uno de los dos o tres sitios en los que rebotó la noticia. Narcos. Esa palabra que Jenny sólo había leído en los diarios.

En un blog, incluso, se los vinculó a la leyenda barrial de una supuesta banda que recorría las calles y vendía ese postre chocolatoso con un ingrediente especial.

“La mujer era la que ofrecía esos postres y, cuando algún cliente quería comprar, lo llevaban hasta Defensa 832, donde tenían escondidos los brownies”, dijo un jefe policial.

Ella dice que se encontró con sus amigos ahí en la calle. Que no vendió nada. Que solo se sentó en la vereda y dejó pasar la tarde, mirando el desfile de turistas y personajes. No buscaba a nadie. No llevó a nadie. No escondía nada.

***

Jenny todavía recuerda el frío de la vereda en las mejillas. Les taparon las cabezas con las capuchas de sus camperas, los esposaron y los mantuvieron boca abajo mientras seguía la sangría de chocolate y magia.

A ella se la llevaron a la bodega de un supermercado chino. Allí, una mujer policía, también de civil, la hizo desnudarse y la requisó. No tenía nada encima. Ni plata. En el acta de detención figura que en total les secuestraron $61,30 y un celular.

Jenny pensaba que no iba a pasar nada malo. Que era un operativo de rutina.

Pasaron tres días incomunicados en la comisaría. Apenas si les daban de comer. Nadie sabía dónde estaban. Un comisario de turno les dio un poco de polenta. Desde ese día, a Jenny se le revuelve el estómago de pensar en ese engrudo amarillento.

De pronto se le presentó una persona y le dijo que era su defensor. También le mencionó que iba a tramitar la excarcelación.

-¿Excarcelación? ¡Si yo no voy en cana!

***

A Mario y a Ricardo los llevaron al penal de Marcos Paz. A Jenny, a la Unidad 3 de mujeres en Ezeiza. Nunca imaginaron que, un año después seguirían en prisión, esperando el comienzo de un juicio que deberá definir sus futuros.

El vehículo que trasladó a Jenny al penal de Ezeiza demoró cuarenta minutos en llegar a destino. El tiempo suficiente para que escuchara mil historias de terror sobre la prisión. Le dijeron que no hable con nadie. Que no mire a nadie. Que iba a dormir en el piso amontonada con otra gente. Que esa gente se drogaba, y que la iban a drogar a ella. Jenny lloraba. Pensaba que esa misma noche la iban a descuartizar viva.

La pesadilla se hizo muy real cuando vio el cartel: Unidad penitenciaria. Y las rejas. Y las garitas con sus gariteros. El corazón le dio un vuelco.

Las primeras noches no durmió. Veía ratas trepándose a las paredes, ese bicho que siempre le dio pánico. Tenía frío, hambre, miedo, angustia.

Dormía durante el día, el poco tiempo que el cansancio lograba vencerla. Pensaba cómo podía ser que todo se hubiera ido al carajo de un día para el otro.

Cuando llegás, dice, te sacan la ropa, porque no entra por el color o por otra cosa. Lo primero que querés es un baño, porque seguro que pasaste días en la comisaría, estás toda con olor a mugre. Jenny veía cómo cada madrugada llegaban otras mujeres. Y si bien el panorama no era tan terrorífico como le habían anticipado, mantenía los ojos abiertos todo lo que podía aguantar. Desconfiaba, observaba y seguía preguntándose cómo era que ella y sus amigos habían terminado en una situación así.

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Dos días después de llegar a Ezeiza tomó fuerzas para llamar a su familia en Bogotá. Habló con la hermana. Entre llantos, pidió que le mintiera a su mamá. Que diga que se había ido a vivir con una comunidad donde enseñaban a cultivar sus propios alimentos.

Pero la mujer, cabeza de familia, madre de tres jovencitas, sospechó.

-Jenny –decía- está en camino. Va a venir de sorpresa. Por eso está desconectada.

Mantuvo la versión hasta que pudo. Cuando tuvo que confezarlo todo, la madre intentó comunicarse con Jenny. Pero ella no hablaba: cuando la tenía al teléfono, no pronunciaba palabra.

-¿Hija, estás bien?

Del otro lado solo se oía el llanto.

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Aunque la policía dijo que cada porción tenía 30 gramos de marihuana, las pericias dieron los siguientes resultados: los 48 pesaban 1329,50 gramos. La cantidad total de THC, principio activo de la marihuana, fue de 1,06 gramos, casi un 0,08% del total.

La causa es por comercialización de estupefacientes, en infracción a la ley 23.737. La pena mínima es de cuatro años de prisión. La máxima, de 15.

Jenny, Mario y Ricardo ya cumplieron un año en la cárcel. Este mes comienza el juicio. Una opción es la expulsión del país, aunque Jenny decidió que no quiere irse. A Colombia sólo quiere viajar a conocer a su sobrina, que nació durante su encierro. Pero no concibe la idea de esperar ocho años para poder volver a pisar suelo argentino.

***

-Ser colombiano es como portar un rótulo en la frente que dice narcotraficante.

Paola, sentada de espaldas a la ventana de un café frente al Parque Rivadavia, todavía no puede creer que su amiga esté presa. Una vez por semana se toma un colectivo, un tren y otro colectivo hasta el penal de Ezeiza. Es la única visita que recibe Jenny. Ya se adaptó a la espera, a la requisa, a estar en ese lugar al que no pertenece.

Hace dos semanas Paola fue a una fiesta. La dueña de casa había preparado un postre especial. Brownies, de los mágicos. A ella le revolvió el estómago.

-No lo vas a creer. Tengo una amiga en cana por eso -le dijo a la anfitriona.

Y no le creyó.

***

Cuando era chica, Jenny amaba salir a caminar bajo la lluvia. Su mamá le vivía regalando paraguas y ella los tiraba, o los perdía, o los escondía. Le fascinaba sentir como, con cada gota, su ropa se iba haciendo pesada.

-Acá cuando llueve no te dejan salir al patio. Yo les digo que a mí me gusta mojarme. Me tratan de loca.

Como no puede ni mojarse bajo la lluvia ni hacer nada de lo que hacía afuera, Jenny estudia. Se suma a cada materia que ofrece el programa dela UBAen las cárceles. Es inteligente, participa, hace preguntas.

En los días buenos sonríe, cuenta anécdotas, charla con todo el mundo. En los días malos, cuando la movida nocturna del penal le impide pegar un ojo hasta el amanecer, mira al techo con los ojos desorbitados. Con los meses fue perdiendo peso y hoy está aún más flaca de cuando ingresó al penal.

¿Qué pasa en esas noches? Jenny no quiere hablar del tema. Insiste en que está bien, aunque se le note en la mirada que la situación se le hace insostenible.

-Está teniendo algunos días difíciles- dicen sus compañeras.

Y no dicen más.

***

-¿Qué vas a hacer cuando salgas?

Los ojos marrones se abren de par en par. Se agigantan. Se le marcan las comisuras de los labios. Se lleva las manos a las mejillas.

-Ay, no sé. ¿Correr? ¿Saltar?

Piensa en voz alta. Se pone contenta y ansiosa a la vez. Imagina caerle de sorpresa a su madre en Colombia y esperarla que vuelva del trabajo. Que entre y la vea ahí, a su chiquita, acostada en la cama.

-Pero no, le voy a dar un infarto si hago eso. Tengo planes. Muchos. Pero no sé.

Lo que frena sus fantasías es no saber cuanto tiempo de encierro le queda.

-Lo que si se –dice- es que me quiero quedar en Argentina.

fuente: http://cosecharoja.fnpi.org/brownies-magicos/