Después de 22 años preso, Rodolfo «Cacho» Rodríguez, espera con ansias toda la semana a que sea sábado. No porque sea su día de descanso, sino porque es cuando combina su trabajo y su vocación: es el día que da clases a docentes sobre educación en las cárceles. Rodríguez conoce de lo que habla: realizó toda la carrera de Sociología en la sede que tiene la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la ex cárcel de Devoto. «Tengo la mirada académica y, además, soy un antropólogo de mi propia tribu», asegura.

«La educación brinda herramientas. Para el afuera, tener un título me ayudó a conseguir trabajo. Este año me convocaron para ser profesor universitario en Lomas de Zamora. Pero sobre todo, estudiar me ayudó a pensarme como alguien diferente. Ya no era el «pibe chorro», sino el que estudiaba, aprobaba y reflexionaba», cuenta «Cacho».

Según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (Sneep, 2013), publicado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, el 54% de los presos de todo el país (unos 34.000) no participan de ningún programa educativo dentro de las cárceles. En los penales que dependen del Servicio Penitenciario Federal, ese porcentaje es de apenas el 14% (unos 1300 presos).

Un 18% de los presos cursa estudios correspondientes al EGB, mientras que un 15% cursa el nivel correspondiente al Polimodal. En tanto apenas unos 1600 presos (2,5%) cursan carreras universitarias o terciarias. En el SPF, el porcentaje para esta última categoría es de 7,4% (unos 700 presos).

En tanto, un 68,64% de los presos ingresaron a la cárcel con el nivel educativo primario completo. Un 22,9% tenía el secundario completo al momento de ser detenido. En tanto sólo un 2,2% había cursado el ciclo terciario o universitario.

 

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