Volver a conmemorar un nuevo aniversario del genocidio armenio es hacer lugar a la memoria de una serie de acontecimientos que anunciaron una modalidad criminal que estaría presente a lo largo del siglo XX y que mantendría su vigencia hasta nuestros días.

El 24 de abril de 1915, el Ministerio del Interior de Turquía publicó una orden que autorizó el arresto de todos los dirigentes políticos y sociales armenios sospechosos de albergar sentimientos nacionalistas. De modo que tan solo en Estambul se capturó y ejecutó a 2.345 dirigentes armenios.

Al día siguiente, un despacho telegráfico originado en Londres y fechado un día antes, informaba sobre hechos ocurridos en la ciudad de Tabriz, por aquel entonces en poder de los turcos. Decía escuetamente: «La policía turca cumpliendo órdenes de las autoridades disparó contra los armenios haciendo una verdadera matanza entre ellos».

Nadie sospechaba que con los hechos de Tabriz se iniciaba, hace 97 años, una de las más crueles matanzas que registra la historia de la humanidad y la primera ocurrida en el siglo XX: el exterminio, entre 1915 y 1916, de 1.500.000 armenios, incluyendo ancianos y niños desprotegidos.

En Turquía, sin embargo, sigue siendo tabú todo recuerdo de la ocupación de las tierras armenias por su población de origen. Así, hasta el nombre del país se tachó en los mapas y documentos turcos. A fines de los años cincuenta, el gobierno rebautizó todos los caseríos, aldeas y ciudades de las provincias orientales. Los monumentos armenios que atestiguaban dieciséis siglos de vida nacional fueron destruidos, abandonados o transformados en establos.

El silencio turco nos recuerda que el negacionismo no es, en materia de genocidios, un accidente o un hecho casual, sino la última etapa de su construcción. Por eso, un genocidio no culmina realmente hasta que el criminal logra eliminar, si no todas las víctimas potenciales, al menos un número lo suficientemente grande y, conjuntamente, toda huella, todo recuerdo del crimen.

Los trabajos llevados adelante para lograr el reconocimiento internacional del genocidio, no sólo como asunto nacional armenio sino también como patrimonio de la verdad histórica, forman parte de un compromiso con la universalización de la catástrofe sufrida. Al respecto, Khatchik DerGhougassian sostiene que «para un pueblo que careció de un Estado nacional soberano hasta 1991, el ejercicio de la memoria y su externalización se realizó mediante la demanda del reconocimiento internacional del genocidio sufrido».

Este proceso, sin embargo, demandó cincuenta años. Recién a partir de 1965 se dieron los primeros pasos hacia una movilización verdaderamente global que involucró prácticamente a todas las comunidades armenias del mundo.

Se trató de un camino que finalmente logró proporcionar visibilidad al genocidio y lo terminó de colocar en la agenda política internacional a mediados de los años ochenta del siglo que pasó. Sin embargo, Uruguay fue pionero en su reconocimiento, cuando en 1965 declaró el día 24 de abril como «Día de recordación de los mártires armenios».

François Mitterrand y Raúl Alfonsín, en 1986 y 1987 respectivamente, fueron los primeros hombres de Estado en reconocer públicamente la verdad histórica del genocidio armenio.

Como una autocrítica por las omisiones pasadas, poco a poco se ha ido reconociendo la catástrofe sufrida por el pueblo armenio. En ese sentido se pronunciaron el Tribunal Permanente de los Pueblos reunido en París en abril de 1984, el Parlamento Europeo en noviembre del 2000 y el Parlamento francés en enero del 2001.

El 11 de enero del 2008 se promulgó en nuestro país la ley 26199, impulsada por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, la cual fue aprobada por 175 votos sobre 179 diputados presentes y por unanimidad en el Senado de la Nación.

La mencionada ley instituye el 24 de abril como «Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos». Afirma en su artículo primero que la memoria del genocidio del pueblo armenio debe constituir una lección permanente sobre los pasos del presente y las metas del futuro.

En función de ello, autoriza a todos los ciudadanos de origen armenio a disponer libremente de ese día para poder asistir a las actividades que a su respecto realizare la comunidad. Fue y continúa siendo un merecido gesto simbólico en torno a la identificación de aquellos episodios marcados por la muerte y la desdicha de un pueblo.

Fuente: http://www.rionegro.com.ar/diario/dar-voz-al-genocidio-armenio-860711-9539-nota.aspx