La idea de que algunos niños nacen “malos” y están destinados a ser violentos todavía perdura, y tiene como consecuencia, en muchas sociedades, respuestas punitivas y con frecuencia violentas hacia el comportamiento infantil.
Sin embargo, las investigaciones realizadas sobre el desarrollo infantil no apoyan en modo alguno esas teorías negativas. El comportamiento violento de los niños a menudo tiene su origen en la violencia de los adultos hacia ellos, normalmente la que se produce en sus hogares.
Todos los expertos están de acuerdo en que las actitudes violentas se forman en el seno familiar y generalmente durante los primeros años. El mejor indicador de violencia en la edad adulta es un comportamiento violento en la infancia. La mayoría de los factores de riesgo identificados son los mismos que para la delincuencia.
Personalmente, creo que los niños son el fiel reflejo de quienes ejercen sobre ellos la potestad de formación; requiriendo de éstos últimos, pautas de orientación, de contención, amor y buen ejemplo. En otras palabras, si lo que queremos es que los niños nos respeten y sean respetuosos con el resto de la comunidad, debemos respetarlos también.
Si los adultos predicamos con el mal ejemplo, no esperemos que los niños sean santos.
Esta última reflexión me trae a la memoria un artículo que alguna vez supe leer de Jordi Cabezas Salmerón, quien citaba una historia contada por una amiga guineoecuatorial, relativa a los “fang”, que decía más o menos así: “…Un hombre se quería divorciar de su mujer, porque fumaba como un carretero y bebía como un cosaco. Ella no estaba de acuerdo con el divorcio y juraba que no se lo iba a conceder. Al preguntarle por qué se negaba después de haber oído las acusaciones contra ella, dijo: yo me casé, mejor dicho me casaron de pequeña con este hombre -un hombre podía pactar el matrimonio con la hija que estaba aún en el vientre de la esposa de un amigo- y llegué a él sin haber visto cigarrillo alguno ni probado un vaso de vino. Comenzó a mandarme a por cigarrillos -se suelen vender sueltos- y desde el abaá me pedía que le encendiera uno desde mi cocina (lugar en donde estaban las mujeres y único en que existía lumbre) y que se lo llevara. Aprendí a aspirar para encenderlo; con el vino pasaba otro tanto: tenía que probarlo un poco para que no me lo dieran aguado. Y así, día tras otro, año tras año, cuando ya me he aficionado a esas cosas, a fuerza de encender y catar, pretende que me vuelva a mi pueblo por inservible. Señoría, no creo que sea justo y además por el tiempo que llevo aquí tampoco tengo otro pueblo. Al hombre le denegaron el divorcio (evitando con ello la injusticia sobrevenida a la de haber introducido a la esposa en el vicio del tabaco y del alcohol)…”.
Los niños actúan como lo hacen los adultos. Si a un niño le decimos cuando llaman a nuestra puerta “andá y decile que no estoy”, le estamos enseñando a mentir, pues después no lo reprimamos cuando nos mienta. Si al llevarlo al niño a un partido de fútbol y durante el transcurso del juego lanzamos una serie de improperios en contra del árbitro y los jugadores del equipo contrario, no esperemos que el niño no insulte y, cuando lo haga, no busquemos corregirlo con castigo sino con ejemplos.
Si el mundo adulto no respeta en lo más mínimo los derechos de las terceras personas que integran una determinada sociedad, el mundo de la infancia tampoco lo hará.
En la actualidad, resulta de suma importancia formar a los niños en el espíritu de la paz, honradez, humildad y solidaridad, pero, ante todo, en el pleno respeto de los derechos de todas las personas que integran la comunidad, especialmente de los más vulnerables.
Esto último, se logra (o debiera lograrse) poniéndolo en práctica no solo con los niños desde el hogar, sino, especialmente, con el respeto que les demostremos como sujetos de derecho.
Entonces, es posible elaborar un pequeño decálogo que, desde mi humilde posición, creo que debiera ponerse en práctica por parte de los papás para un mejor desarrollo psicosocial del niño. Así podemos decir que: “Para el niño o niña es fundamental el contacto estrecho con los padres, antes y en el momento de nacer».
“El niño o niña necesita establecer un vínculo o relación de afecto y amor con sus padres o las personas que lo cuidan».
“El niño o niña necesita un intercambio con su medio a través del lenguaje y del juego».
“El niño o niña necesita hacer las cosas por sí mismo para alcanzar un grado adecuado de autonomía o independencia».
“El niño o niña necesita la valoración positiva para tener una buena autoestima y confianza en sí mismo».
“El niño o niña necesita tener un mínimo de seguridad y estabilidad».
“El niño o niña necesita poder expresar sus emociones y sentimientos sin temor a ser reprimido o castigado.
“Cada niño o niña es distinto, tiene su propio temperamento y su propio ritmo; no todos los niños aprenden con la misma rapidez».
“Las familias estimuladoras, cariñosas, que brindan apoyo tienen niños más sanos y felices».
“Los padres, las madres y otros adultos deben evitar golpear, maltratar, asustar, descalificar o engañar a los niños. Un ambiente de irritación, violencia o inestabilidad prolongada es perjudicial para el desarrollo infantil».
En definitiva, si damos a nuestros niños un buen presente, seguramente ellos nos darán un buen futuro.

 

 

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