La tarea de Oficial de Justicia nos enfrenta a diario con las realidades más crudas.

No sé por qué recordé ahora el desalojo de la Escuela de Arte y todo lo que se había dicho sobre el asunto.

LLegamos allí con el fiscal y su asistente, autorizados en la orden, tipo diez de la mañana. Los «usurpadores» dormían. Entró el GAD (grupo policial de acción directa) antes que nosotros. Los levantó y los sacó al exterior, como es usual.

Tuve oportunidad no solo de entrar y ver cómo vivían, sino de conversar bastante con los tres chicos que se encontraban en el lugar. Dos de ellos hermanos. Un cuarto ocupante, un señor mayor,  llegó casi al final de la diligencia.

Tengo muchos desalojos en mi haber pero nunca antes había estado ante tal estado de indignidad. El lugar estaba espantosamente sucio. Los pájaros volaban de acá para allá y todas sus deposiciones estaban el suelo donde estas personas dormían en unos colchones harapientos. Tenían una parrilla y la vajilla negra y llena de grasa. Allí se cocinaban.

La gente de la Escuela de Arte quiso entrar al lugar en busca de cosas robadas ya que los creían responsables de los robos sufridos. Señalaron como de su pertenencia un pupitre chiquito, dos sillas y un espejo trabajado, con mosaiquitos, típico de las cosas que se hacen en clases de cerámica. Los tres muchachos, muy educados, sin quejarse por lo que estaba pasando, sólo pidieron que la policía no los golpeara (algo que escucho a menudo en los desalojos). Les aseguré que mientras yo estuviera allí, eso no iba a ocurrir.

Uno de ellos, al ver que estaba fumando me dice: “Señora, disculpe, estoy nervioso, no me convidaría un cigarrillo”, a lo que, por supuesto, accedí. Me cuenta que los habían visitado dos asistentes sociales de la Municipalidad hacia ya algún tiempo y que nunca volvieron ni les solucionaron su falta de vivienda, agregando: “si tuviéramos trabajo, podríamos pagarnos un lugar donde vivir, pero nadie nos lo quiere dar y así andamos de un lugar para otro, llevándonos solo algunas cosas personales”. Tal es así que los colchones y demás cosas las dejaron ahí y dijeron que las quemaran.

Terminamos la diligencia, le dimos la posesión a quien indicaba el mandamiento y los vi irse caminando.

¿Dónde los encuentro hoy en día? En el semáforo de la 10 y 79, de limpiavidrios. No se si roban, pero a veces pienso si les queda otra cosa para hacer.