En el mundo diario de los niños, mientras se encuentran rodeados de amor, contención, apoyo, juegos, ocio, recreación, buena alimentación, vestimenta, comodidades, un buen celular, una buena play, etc., pareciera ser que el tiempo transcurre como en un paraíso, y así debiera ser para todos los niños del mundo. Sin embargo, sabemos que esas son esperanzas e ilusiones que difícilmente se concretarán en todos los casos.
Odio ser escéptico, pero esa es la realidad. Detrás de ese mundo de niños divirtiéndose y viviendo cada etapa de su infancia como debe ser (o al menos como debiera ser), existe un mundo de pequeños que no conocen y quizás jamás conozcan lo que otros niños experimentan u obtienen.
Detrás de ese paraíso -solo para algunos niños, niñas y adolescentes- existe otro mundo integrado por pequeños y jóvenes que carecen de las mínimas necesidades para poder subsistir.
Estos últimos, por ejemplo, son los niños que cotidianamente vemos en las calles, desprotegidos, ignorados, los que estorban, molestan, irritan, sin embargo allí están, forman parte de nuestra sociedad, pero, para algunos, simplemente son como fantasmas, figuras inanimadas, hijos de padres indeseables, lo que los convierte a ellos también en indeseables e inmorales, en definitiva, los niños pobres, de la calle, de los asentamientos.
Pobreza no es delincuencia, sería extremista si así lo creyera, pero la pobreza es sin lugar a dudas junto con la falta de educación, indiferencia, etiquetamiento, estereotipos, discriminación, la gran formadora de “precoces delincuentes” que después serán “peligrosos delincuentes” que luego se “podrirán en la cárcel” y, así sucesivamente, de eso sí estoy seguro. De todos modos, existe demasiada preocupación para pensar en el otro, total yo no tengo la culpa de las desgracias y necesidades ajenas.
Sin embargo, para usted señor o señora que es papá y mamá de un niño al que no le puede dar lo que otros sí a sus hijos, es importante recordarles, incluso, también a los papás que crían a sus hijos en la creencia de la omnipotencia porque vengo de tal o cual lugar o cargo con tal o cual apellido, que al mundo de hoy y seguramente al de mañana, le harán falta hombres y mujeres responsables, luchadores, emprendedores, progresistas, pero, ante todo, solidarios con el prójimo, con aquel al que la vida no le sonrió pero que está allí esperando que alguien le preste atención o que le dé una mano, porque también alguna vez fue un niño que mereció estudiar, comer, jugar y vestirse como cualquier otro y no pudo. Evitar y erradicar el egoísmo debiera ser una de las enseñanzas básicas en nuestros hogares.
Los niños no marcan las diferencias, lo hacemos los adultos con nuestras conductas, actitudes, enseñanzas y, los más chiquitos, van aprendiendo, observando cada uno de nuestros comportamientos y luego los llevan a la práctica, incluso, formando grupos en los adolescentes que los lleva a la abominación, la intolerancia, la agresión entre unos y otros. Pensemos por un momento en los chetos y los cumbieros, en definitiva los ricos y los pobres, como si la mejor posición social de unos respecto de los otros fuera motivo para desigualdades, indiferencias, discriminaciones y agresiones. En estos tiempos esas diferencias resultan inaceptables, pero lamentablemente existen.
Debiéramos enseñar a nuestros niños a respetar la diversidad, a aceptar al otro como es y no mirarlo de reojo cuando no responde a nuestro estilo de vida, a nuestros gustos, creencias e idiosincrasia. Sin embargo, hoy existen colegios públicos y privados, boliches para chetos (donde no entran cumbieros) y bailantas para cumbieros (donde no son aceptados chetos), sin embargo los chetos bailan cumbia y los cumbieros bolicheros ¿cuál es la diferencia? Ninguna. Los adultos marcamos y transmitimos esa diferencia a los niños tanto de un lado como del otro.
Debiéramos enseñarles a respetar los derechos humanos y garantías de los demás y no renegar de ellos en su presencia, pues los derechos humanos son de todos y las garantías que los protegen también. Nadie está exento de las desgracias, de las drogas, de los delitos. Es inconcebible pensar que los derechos y garantías de la Constitución Nacional fueron creados solo para un grupo de personas.
Debiéramos enseñarles que todos somos iguales y que lo demás es cuestión de suerte o, como se dice en criollo, “algunos nacemos con estrellas y otros estrellados”.
Finalmente, debiéramos enseñar diariamente a nuestros niños, que detrás de ese paraíso de los mejor posicionados existe un mundo de niños que no cuenta con las mismas posibilidades, pero que tiene los mismos sueños y creencias que todos los niños del mundo, que tiene iguales derechos y deseos que quizás nunca materializarán en la realidad, que quizás termine encarcelado, pero que nunca podrá ser despojado de su dignidad de personas y de los derechos humanos que le corresponde.

 

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