Con aplausos y un abrazo de alivio de toda la familia, terminó el primer juicio por jurados de la jornada de Buenos Aires. Doce personas que no pertenecen al ámbito de la Justicia deliberaran y decidieran que Guillermo Barros es inocente de haber matado a su cuñado. «Nosotros, el jurado, encontramos al acusado no culpable», leyó con solemnidad el presidente, un vidriero de 35 años, parado con las manos delante de la cintura, como el estudiante abanderado en un acto escolar. El juez Francisco Pont Vergés les agradeció nuevamente a los jurados: «Probablemente no dimensionen ahora la trascendencia histórica de lo que acaban de hacer», y ordenó la inmediata libertad de Barros. Entre el público observaba el ministro de Justicia de la provincia Ricardo Blas Casal. La familia Barros, expectante en las primeras butacas, estalló en un grito de alivio y abrazó al hombre, que salió unos minutos después envuelto entre los suyos al sol de la tarde de San Martín.

«Ahora no. Prefiero hablar en otro momento», le dijo la fiscal Ana María Armetta a Infojus Noticias, mientras se retiraba de la sala presurosa, minutos después del veredicto.

«Es una jornada histórica, trascendente, que los jurados y todos los que estuvimos aquí lo llevaremos por siempre en la memoria», dijo a la salida de la sala Andrés Harfuch, vicepresidente de la Asociación Argentina de Juicio por Jurados (AAJJ). «Se vio la atención con que los jueces seguían el debate. Por supuesto, la deliberación es secreta, esa es la garantía que ellos tienen, la verdadera independencia judicial frente al caso, y creo que el jurado llegó a la misma decisión que en la sala misma se palpaba, que quizás las pruebas no alcanzaban para una condena», agregó Harfuch, jefe de defensores oficiales de San Martín.

Un rato después, cuando la familia Barros, su defensora oficial y la fiscal del caso ya habían dejado el recinto, entre charlas amistosas con los miembros del jurado, el juez Pont Vergés seguía respondiendo las preguntas del puñado de cronistas que quedaban. «La decisión, después de hablar un par de cosas con ellos, me doy cuenta que la tomaron con mucha seriedad, responsabilidad y compromiso «, dijo. «Acá se trata de juzgar conductas humanas, y todos tenemos nuestros juicio sobre las conductas humanas. Mi juicio no vale mucho más que el de ellos, digamos que es el mismo, pero con la distinción de que a mí me pagan por hacer juicios todos los días del año».

Paula, una de las integrantes suplente del jurado, docente de la escuela primaria, estaba exultante. «Habiendo estado adentro nos dimos cuenta como muchas veces se habla sin conocer. Como los diarios marcan los crímenes sin dar a conocer la historia. Porque no había pruebas para decir que era culpable», dijo. Ya no será la misma persona que era cuando ingresó al jurado. «A partir de ahora voy a ver con otros ojos, con ojos más críticos, los casos parecidos a este».

Instrucción final

Unas horas antes, durante las instrucciones finales, el juez Pont Vergés les había dicho a los miembros del jurado:

-Si deliberan serenamente, si exponen sus puntos de vista, si escuchan al otro, estamos seguros que van a poder llegar a un veredicto correcto y justo.

Hacía más de media hora que el magistrado le explicaba al jurado las leyes aplicables para el caso, y la forma en que tienen que proceder en la sala de deliberaciones. En la parte más técnica –“sé que es lo más tedioso”- les explicó las condiciones que debían considerar probadas para el delito de homicidio simple y también para la legítima defensa. Que una vez en la sala, elegirían un presidente y debatirían en secreto. Los jurados pueden votar hasta tres veces y alcanzar los 10 votos para un veredicto de culpabilidad. Si llegan a 9, decidirá el juez. Con 8 votos de culpabilidad, Barros quedará absuelto. “Cuando tengan el veredicto, den un golpe en la puerta de la sala”, les dijo.

Después levantó un sobre de papel madera y blandió una hoja que había dentro.

-Acá está el sobre. Acá está el formulario del veredicto.

Después de un silencio, los testigos se levantaron a deliberar. Afuera de la sala desalojada bajaban por las escalinatas los abogados, estudiantes y funcionarios judiciales de todo el distrito que se acercaron a ver esta primera experiencia. Mezclados entre ellos, la parentela numerosa de Barros. También Claudia Griselda Barros, ex pareja de la víctima y hermana del imputado. Después de los alegatos se la había visto llorando en la vereda. “Estoy más tranquila”, alcanzó a decir.

Durante tres jornadas de juicio, los 18 miembros del jurado (12 titulares y 6 suplentes), escucharon a 14 testigos, vieron fotos en un proyector, dibujos de los peritos y observaron un pedazo inservible de aire comprimido, el único elemento incautado en la investigación. Debían decidir si Barros había sido el autor del escopetazo que el 30 de enero de 2014 le entró a Germán Gabriel Armella por la clavícula izquierda y terminó en el corazón. Y si no lo hizo, además, en legítima defensa (delito no punible). Barros era hermano de la ex pareja de Armella, a quien golpeaba y maltrataba, y dijo que esa noche la víctima había ido armado a la casa de su madre a buscar a las tres hijas que tenían en común. Y que en un forcejeo, tratando de hacerlo entrar en razones, el arma se disparó.

Gestos y alegatos

A primera hora, la fiscalía y la defensa oficial de Barros hicieron sus alegatos finales gesticulando hacia el jurado, como en las películas de Hollywood. La fiscal Armetta les dijo que acusaba al sospechoso por homicidio simple con uso de arma de fuego. “Barros esgrimió un arma de fuego contra Armella con el fin de quitarle la vida”, dijo. Aseguró que Armella no llevaba ningún arma de fuego –basándose en que vestía bermudas e iba en cuero, y nadie vio el arma-, y que lo que vio una cuñada de Barros -que la apuntó cuando estaba descolgando la ropa en el patio de su casa- fue el pedazo de rifle de aire comprimido que se incautó.

Dijo que el forcejeo que dijeron varios testigos –la mayoría familiares de Barros- nunca sucedió. “Era un problema para la familia y quiso sacárselo de encima. Está clarísima la intención de matar”. Al final tiró abajo la posibilidad de la legítima defensa: “Una persona borracha y desarmada no puede ser víctima de una legítima defensa”, concluyó.

La defensora Verónica Jollife tuvo, como al inicio del debate, un manejo mejor de la escena. Se mostró como un par, empleó la ironía y hasta citó a su padre. Anunció que iba a rebatir “uno por uno, todos los puntos en los que la fiscal dice estar convencida”. Y agregó que el problema es que “al convencimiento debe acompañarlo con pruebas”.

Dijo que el trozo inútil de aire comprimido que descartó Armella en lo de una vecina, podía ser otro al arma de fuego que llevó para amenazar a los Barros. Y citó a una vecina, Rocío Moreda, que salió a fumar un cigarrillo y dijo ver el arma y el forcejeo. “Ella no es de la familia”, dijo, refiriéndose a la descalificación como testigos veraces que había dicho de ellos la fiscal. Sobre el final, Jollife le habló al jurado de un tema sensible: “Se habla mucho de la inseguridad –les dijo-. Pero qué mayor manifestación de inseguridad que condenar a un inocente. Estoy segura que Barros saldrá hoy por esa puerta sin los custodios, abrazado de su familia”.

El juez le dio entonces al imputado la posibilidad de la última palabra. Desde su lugar, sin mirar al jurado, Barros balbuceó: “Que no soy un asesino. Nada más”. Aún no sabía que tres horas más tarde, doce hombres y mujeres comunes, vecinos del partido de San Martín, lo absolverían de culpa y cargo.

 

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