El problema de ver las cosas con un solo ojo: el que se elige

(Respuesta a Ernesto Schargrodsky)


Gran revuelo e impacto causó una nota publicada en La Nación el 18 de  marzo, en la que un economista, Ernesto Schargrodsky, afirmaba que según una investigación propia, estaba probado que los declarados reincidentes son más peligrosos y tienen más tendencia a cometer nuevos delitos que los primarios (http://www.lanacion.com.ar/1673395-son-los-reincidentes-mas-peligrosos)

Por supuesto, no le compete a un economista o experto en políticas públicas la cuestión de si es lícito o ético juzgar a las personas o aumentarles la pena por un estado de cosas que del acusado se proyecta, como su peligrosidad a futuro (¿o acaso sí deben ser de su incumbencia las cuestiones éticas?) ¿no se suponía que castigábamos por merecimiento, por las cosas hechas?

Pero más allá de ello, vamos a lo estrictamente científico. En la nota, el autor tergiversa sus propios resultados, porque, en realidad, lo que pretende probar la investigación a la que hace referencia era que en casos medianos y leves conviene el monitoreo electrónico para evitar el efecto criminógenos de la cárcel (http://www.utdt.edu/ver_contenido.php?id_contenido=2674&id_item_menu=4526). Hay un gran salto de allí a decir lo que dice la nota.

Pero además hay que señalar su “descubrimiento” adolece de varios defectos metodológicos graves, que son resultado de ignorar cien años o un poco más de trabajos de sociología al respecto del sistema penal y el comportamiento etiquetado como delictivo, de hecho, no cita a ninguno. El principal error es uno que se ha repetido insistentemente en más de 140 años de criminología positivista (aquella que cree poder adivinar el comportamiento a futuro, y sí, el primero en cometer el mismo error, fue nada menos que el mismísimo Lombrosso). Su investigación se ha hecho a partir de datos judiciales y penitenciarios. Los casos judiciales, sin embargo, no son un índice de delitos, ni permiten trabajar estadísticamente sobre ellos, son un índice del trabajo policial y judicial ¿Por qué? Porque de los cientos de conductas etiquetadas por la ley como delitos, sólo se hacen visibles a la mirada exterior un porcentaje. De ese porcentaje, sólo una porción genera intervención policial, y por tanto registro oficial estadístico. Y de esa porción, sólo una parte llega a la condena, que puede dictaminar la reincidencia. Estas porciones que se conocen, en cada caso no son representativas del total, sino que la selectividad opera en determinados tipos de delitos de distinta forma, con lo cual los falsos positivos y negativos de la violencia de género -por poner un ejemplo- en un contexto determinado, no sirven para trasladarlos a los robos, ni estos a los homicidios, ni ninguno de estos a los fraudes, y así podríamos seguir. En otras palabras, este tipo de investigaciones no trabajan directamente sobre el delito, sino sobre el delito que se ha hecho visible y ha sido registrado por las agencias oficiales, que difiere mucho y es una porción minúscula y no representativa de las conductas delictivas en general ¿En qué influye esto en la validez de la investigación que se reseña? En que en efecto, los autores no pueden afirmar si el reincidente delinque más o no, sólo pueden afirmar que el reincidente aparece oficialmente como autor de delitos posteriores en mayor medida que un no reincidente. Es decir, demuestran que es más captado que los otros, pero no las razones de por qué ocurre esto. Y como -ya hace varias (varias) décadas- han demostrado investigaciones sociológicas, el hecho de tener una condena previa o haber pasado por la cárcel hace al sujeto un cliente usual de las fuerzas de seguridad: es decir, su conducta está vigilada, es más visible, y él mismo será sospechado e investigado cada vez que ocurra un hecho similar, a diferencia de aquel que no ha sido aún registrado por las agencias oficiales (sólo por citar a los clásicos de cualquier curso de criminología: Howard Becker y su libro “Outsiders”, E. Lemert y cualquiera de sus artículos sobre Desviación primaria y secundaria; E. Goffman, en Assylums, David Matza, en El Proceso de Desviación, entre muchos otros). Para saber si la cifra de reincidencia depende de su conducta o de la conducta de las agencias oficiales habría que hacer un trabajo cualitativo (etnográfico, por ejemplo) sobre la vida de los jóvenes, sus familias, sus entornos y la consecuencia de la reincidencia o no, no consultar a los juzgados. Claro que un economista no hace eso, porque ese tipo de trabajo nunca nos puede llegar a dar una certeza como la fórmula Ri = a + b EMi + Ɛi , que tan bien resume su trabajo, pero, la verdad es que ya hay muchos trabajos de otras ciencias sociales hechos en ese sentido, que habría que incorporar antes de hablar del tema (por ejemplo, hay una investigación de CONICET dirigida por la antropóloga Beatriz Kalinsky sobre cómo los liberados viven la libertad condicional).

En definitiva, hay factores determinantes completamente ausentes en sus “conclusiones”, y que podrían haber llevado a otras conclusiones. Se podría decir que lo que esta investigación prueba es que aquel que ha sido condenado, es más vigilado y por tanto más fácil de captar. Si los datos, sin embargo, se comprobaran, se podría concluir también que se da por probado que el paso por la cárcel destruye al sujeto y lo influencia negativamente (es decir, que el sujeto es reincidente porque el paso por la cárcel fue “criminógeno”, tal como pretende la investigación mentada), y esto llevaría a la conclusión de que hay que reducir la aplicación cárcel, no que hay que mantenerla. Los datos están incompletos, pero aún si fueran ciertos el autor podría haber llegado a varias conclusiones distintas a las que propone.

Dejo aparte la mención a que de eliminarse la reincidencia, saldrían en libertad sujetos peligrosos y aumentaría la criminalidad, este pasaje es directamente absurdo. Ni la seguridad, ni las conductas  delictivas, dependen de una mayor o menor aplicación de la cárcel: la cárcel no reduce el número de delitos (si se merece o no se merece, es otra discusión). Esto también ha sido investigado y probado en muchas ocasiones. Por ejemplo, en una modestísima investigación en el año 2004 presentada en el Congreso Nacional e Iberoamericano de Criminología, cruzábamos aumentos de penas en las leyes con los efectos en las tasas delictivas, y surgía claramente, que una no tenía que ver con otra. Pero quien quiera oír que oiga, y quien no… bueno.

Podríamos arriesgar que aquí ha habido una elección bastante arbitraria y libre (no científica), de qué conclusiones sostener con esos datos. O que la investigación es de esas que se hacen sólo para confirmar algo que ya se sabe o se quiere saber. Pero decir que se ha optado por un método y una conclusión, por sobre otras posibles -y ya investigadas-, sería adentrarnos en el terreno de la política y las ideologías y esto la ciencia no lo admite ¿o sí?

El resultado a la pregunta que lanza el autor de si son los reincidentes más peligrosos sólo tiene una respuesta posible: Usted no lo sabe. Y con esos datos no puede saberlo.

 

Mariano H. Gutiérrez

Asociación Pensamiento Penal