Cuando una bengala incendió el boliche República Cromañón, el 30 de diciembre de 2004, en un recital de Callejeros, su gerenciador, Emir Omar Chabán, transitaba los 52 años. Hoy supera los 60. Se lo ve flaco, con pelo y barba blancos, y mucha necesidad de hablar. Lo hace con ansiedad, aunque se detiene en los detalles sin registrar repeticiones, siempre con un tono de voz suave, monocorde, que sólo se dispara cuando asegura: «Los chicos no sienten culpa, por eso hacen lo que quieren.» Se refiere a las 194 muertes que se produjeron aquella vez, que para él tiene como principales –sino únicos– responsables a «tres chicos, que tenían el estereotipo de pibes chorros y fueron quienes lanzaron la bengala». Y apunta: «Hoy en día no se cumplen las cosas que se pidieron para ese boliche. Cromañón era mucho mejor que cualquier boliche actual. Está en mejores condiciones que New York City, por ejemplo. No sé, habrá lugares nuevos. Me quedé en 2004.»
Vestido de jogging, remera, gorra y sandalias, disculpándose por insultar, Chabán habló con Tiempo Argentino sobre esa noche, su vida actual, y sus terror a que la Cámara de Casación Penal le confirme la sentencia a diez años y nueve meses de prisión: «Quiero que el caso llegue a la Corte Suprema, con el deseo de que allí haya una mayor objetividad», dice, y explica por qué decidió hablar: «Estoy devastado y mi situación está en un borde. Cuando pedí declarar, nadie me preguntó nada.»
–¿Qué pasó esa noche?
–Hubo un montón de seguridad y fue tan ridículo el cacheo, que hasta les hacían sacar los zapatos. Un control es un juego de simulaciones, un signo claro de prohibición. Podés creerlo absurdo pero entendés que te están diciendo «no». Estoy en contra del cacheo exagerado pero se hizo un control súper estricto y no se trató mal a nadie. Yo me quedé en la consola de sonido porque me habían operado del pie. Le dije al público lo que no podía hacer, porque había habido bengalas el día anterior. Al minuto de empezado el recital, salieron estos chicos con la pirotecnia, a pesar de las prohibiciones.
–¿Usted cree que la culpa es toda de ellos?
–En el recital de La Renga, cuando una bengala le pegó a un chico, todo el mundo dijo: «¿Quién fue el loco que la tiró?» Los pendejos quilomberos y el material de los techos es lo que no se nombra de Cromañón.
–¿Qué pasó con el control del material de los techos?
–Me vendieron un producto certificado por el Estado, que funcionaba de maravillas, y nadie me dijo que generaba un humo tóxico y mataba. La media sombra estuvo diez años con la bailanta y no pasó nada. Lo que pasó fue por el público pirotécnico. Fue en 80 m2 y causó lo que causó en 1800. La desproporción fue por ese material de mierda. Después me enteré que «ignífugo» no es algo que no se prende fuego sino que lo retrasa. Pero la bola de la pirotecnia es un arma. Ese humo negro enseguida se expandió, desmayaba. Las luces de emergencia estaban encendidas pero no se veía un carajo. Cuando bajé el sonido, creí que era un acto heroico. Igual el sonidista declaró que lo intenté pero no lo bajé.
–¿Por qué cree que no es cierto?
–Los testimonios son muy confusos. Con los medios de comunicación bombeando contra mí y la desproporción de lo que pasó, ¿se puede creer que un testimonio de un chico de 18 a 23 años puede ser lógico? Yo soy el viejo, el que le venden que es el empresario, el monstruo. Tiene que haber un límite a la prensa. Es de terror. En los noticieros de televisión, los que hablan de temas penales tienen que ser abogados penalistas.
–¿Su lectura es que los testimonios de los jóvenes, la justicia, y la prensa se retroalimentaron para encontrar un chivo expiatorio, pero que eso no se condice con lo que pasó?
–Hago una lógica de diferenciaciones, no global. Todos los acusados van a decir lo mismo que yo: «sí». Pero a mí me usaron más. Lo que buscan son lógicas emblemáticas.
–¿Cuánta gente entró ese día y cuánta podía hacerlo?
–Cerca de 2500 personas. Nunca vi la habilitación, que creo que decía que podían entrar hasta 1.031. Cuando fui a ver el boliche, el gerente me dijo que entraban cinco mil. No me preocupé por saber porque no era el dueño de la habilitación. Nunca en la historia de las discotecas se contabilizó la cantidad de gente.
–¿Cree que los jóvenes cambiaron a partir de lo ocurrido?
–No. El público se hizo protagonista. La bengala pasó del fútbol al rock, que la tomó para ser más popular. En el juicio quedó claro que todos esos chicos estaban de acuerdo con las bengalas. Nosotros también somos víctimas. Es un acto violento lo que hicieron esos chicos. Si hubiera sido en 1950, se los hubiera señalado a ellos. Ahora hay una idealización: los grupos de chicos son intocables, hacen lo que quieren y buscan situaciones de riesgo. Ningún padre ve lo que hacen los chicos.
–¿Cómo es su vida hoy?
–Me la paso leyendo y miro series. Me vi Mad Men. He ido al teatro. Vivo solo, en un departamento. Me ayudan mi hermana y una amiga. Ya no tengo teléfono porque no puedo estar preocupando a la gente de una manera obsesiva. Estoy aterrado.
–¿Volvió a ir a un recital?
–No, a un recital no voy a ir en mi vida. Es un problema ético. Les di margaritas a los chanchos. Hay 100 que le joden la vida a 60 mil en la cancha. Son unos pocos que hacen quilombo. No me gusta asumir responsabilidad por esos pocos. ¿Por qué tenemos que tener culpa por esos quilomberos? No pudo haberme pasado esto. Es inconcebible.
–¿Qué dice la gente en la calle?
–La gente no tiene ni idea de que existo. Voy en subte, en colectivo, soy pobre.
–¿Fue a votar?
–No, no voy a votar nunca más. En la cárcel voté, en 2007. Pero nunca más.