Eduardo Hortel es un prócer de la Justicia platense. Empezó cosiendo expedientes en 1952 como practicante ad honorem y pasó por todos los cargos que correspondían a la justicia penal en primera y segunda instancia; es profesor titular de Derecho Procesal 1, cátedra 2, en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP); comentó dos veces el Código Procesal Penal de la Nación junto al ex presidente de la Corte Suprema Ricardo Levene y doce veces el Código Procesal Penal de la Provincia; fue uno de los redactores de la reforma al Código de Procedimientos bonaerense y presidió la cámara que condenó a prisión perpetua a los ex policías Walter Abrigo y Justo José López por «torturas seguidas de muerte» contra el estudiante de periodismo Miguel Bru, y al odontólogo Ricardo Barreda por el asesinato de su esposa, sus hijas y su suegra. Hoy, a los 72 años, ejerce como abogado y representa a la familia de Andrés Núñez, el albañil que desapareció en 1990 luego de haber sido detenido en la Brigada de Investigaciones de La Plata y cuyo cadáver fue hallado en 1995 enterrado e incinerado en un campo.
–¿Hay alguien que conozca más que usted a la justicia bonaerense?
–Hay algunos que dicen que sí. Yo pienso que no-, afirmó.
–¿Qué se acuerda de aquel chico que empezó a cocer expedientes?
–Ese chico era medio loco. Mi padre me tenía prometido que me iba a conseguir un trabajo y como el tiempo pasaba y no cumplía, a los 13 años me metí de ayudante en una verdulería. Yo ya iba al Colegio Nacional y mis padres estaban como locos pero no me decían nada. Empezaron a buscar una salida y mi papá consiguió que entrara como auxiliar en la justicia. Salía del colegio y corría para tribunales.
–¿Qué querrían aquellos padres?
–Buscaban un futuro para mí.

Vaya que tuvieron razón sus padres. Cuando Hortel se recibió de abogado ya tenía 20 años de servicios en la justicia. En 1973 estaba en condiciones de retirarse. Y aunque siempre quiso trabajar de abogado, retrasaba la decisión mientras ascendía sin quemar etapas, lo que lo lleva a decir hoy con orgullo que pasó «por todas las jerarquías». Y a afirmar sin tapujos: «Nadie sabe un carajo de nada sobre seguridad».
–¿Por quién lo dice?
–Todos. Ninguno sabe. Estoy escribiendo un libro en el que trataré de armar un plan para el Ministerio de Seguridad. No es fácil pero pienso que tal vez lo tenga terminado antes de fin de año.
–¿Qué piensa de León Arslanián y Carlos Stornelli?
–Los dos han faltado a la verdad. Todos trataron de tener un plan, pero no están preparados. Hay que decirle a la gente que esto no se arregla de un día para el otro. Ahí tenemos el caso de la familia Pomar, que estuvo 24 días desaparecida (desde el 14 de noviembre al 8 de diciembre de 2009). Habían tenido un accidente y el auto, los padres y las dos nenas (de 3 y 6 años) estaban tirados al lado de la ruta. Ahora hay familiares que quieren que se investigue si el auto fue chocado por algún patrullero, pero yo creo que no: ¡Esta es la forma normal de trabajar de la Policía!
–Los rastrillajes fueron un desastre.
–¡Se hicieron rastrillajes desde un avión! El diccionario de la Real Academia Española dice de rastrillar ¡en Argentina y Uruguay! «En operaciones militares o policiales, batir áreas urbanas o despobladas para reconocerlas o registrarlas». Es decir: si te encontrás con un arbusto te tenés que meter a ver qué hay, si oculta algo.
–El caso, además, no produjo cambios en la cúpula policial.
–El gobernador Daniel Scioli reconoció que estaba buscando una persona de confianza para poner en el Ministerio de Seguridad. Y yo me preguntó ¿qué quiere decir «una persona de confianza»? ¿Por qué no va a buscar a un experto? Ah no. Los políticos buscan primero a alguien del mismo palo y después que sea de «confianza». Este es uno de los problemas más graves.
–Cada uno que llega dice que el que se fue era un desastre.
–Al bajarle la caña a Arslanián, Stornelli se baja la caña él mismo. Ahora se forman policías en seis meses o un año, cuando lo mínimo tendrían que ser tres años. Stornelli reconoció que mandó 900 tipos a la costa atlántica y eso lo único que quiere decir es que dejó el conurbano con 900 policías menos. Además, dicen que hay unos 54 mil policías, no sé cuántos serán con exactitud porque todas las semanas le suman mil, pero ¿cuántos tenemos en la calle? Si trabajan 24 horas por cada 48: ¿habrá 10 mil policías en la calle?
–¿Qué hay que hacer?
–Hay que tener mucho cuidado con porque muchas técnicas exitosas en el extranjero podrían resultar un fracaso en nuestra provincia. También hay que entender que no es lo mismo la ciudad de Buenos Aires que una provincia que tiene 300 mil kilómetros cuadrados y 15 millones de habitantes. El problema de la seguridad no se soluciona en un día ni en dos años. La gente se pone caliente porque le mienten, pero necesitamos un plan de por lo menos cinco años para ver cómo seguimos. Hace falta más inversión en la policía y en la justicia. Inversión y capacitación. Acá hay que cumplir con la Constitución y con la Ley, porque estamos acostumbrados a no cumplir. No cumple la gente, no cumplen los los políticos ni nadie.
–¿Qué opina del 911?
–No se puede hacer una línea de emergencia con un protocolo de preguntas: uno llama para hacer una denuncia y lo empiezan a interrogar. Es mejor tener patrulleros como para atender todos los llamados, sin importar si son falsos o verdaderos.
–¿Y del mapa de la inseguridad de Francisco De Narváez?
–Una mentira. La peor mentira de todas, porque no tiene base científica. Cualquiera llama y hace una denuncia y la publican si chequearla, como si fuera una verdad. Hablo sin tapujos porque no estoy en condiciones (económicas) de soportar un juicio por calumnias e injurias o uno por daños y perjuicios –bromeó–, pero creo que tanto Arslanián como Stornelli son honestos. La única duda que tengo es por el triple crimen de policías (de la planta transmisora de 7 y 630). ¿Se acuerdan que la hipótesis más fuerte era que se trató de un crimen pasional por encargo? Si alguien quiere matar a un tipo por un problema amoroso lo espera en la oscuridad y listo. Acá los tres policías fueron asesinados a puñaladas y rematados a balazos. (El fiscal) Marcelo Romero está investigando ahora si había droga de por medio. Es difícil que lo pueda probar, pero sabemos que fueron al lugar con un perro adiestrado que se volvió loco con una caja que ha costado muchísimo peritar, porque primero mandaron una caja equivocada y luego parece que no tenía nada. Lo que es seguro es que entraron a robar y estaban dispuestos a matar como mataron. Para que no quedaran testigos.
–¿Por qué se retiró?
–Desde que me nombraron en Casación Penal tuve la idea de retirarme para ejercer la profesión, pero el trabajo en la Sala Segunda era impresionante: sacábamos entre 35 y 50 sentencias por semana. Y estamos hablando de sentencias definitivas, la que condena o absuelve, en un promedio de 6 ó 7 por día. Entonces pregunté: ¿Está bajando la cantidad de causas atrasadas que teníamos? Y me dijeron que no. Entraban más causas de las que salían. Huí despavorido. Me fui en diciembre y ya no volví.
-¿Qué es lo que pasaba que no daban las cuentas pese al trabajo que hacían?
-¡Por la cantidad de delitos que se comenten! Y, además, claramente faltan órganos. Mi impresión personal es que definitivamente faltan inversión y decisión política. El gobernador anunció más salas, pero en las que actuaría un solo juez si hay conformidad de las partes. No se pueden juzgar delitos graves con un solo juez. La doctrina dice que dos son mayoría, pero no que se puede integrar el tribunal con sólo dos jueces. Como abogado del caso Núñez acabo de hacer un conjunto de presentaciones que me rechazaron, pero lo hicieron con una sala de dos jueces, entonces ahora le pido a la Corte que aplique la doctrina.

RECUADRO
Dos de los casos más resonantes que tuvo que juzgar la justicia de La Plata fueron la desaparición de Miguel Bru y los asesinatos de una mujer, su madre y sus hijas en manos del odontólogo Ricardo Barreda. Ambos casos fueron juzgados por la Sala I de la Cámara Penal. «El caso Bru primero y Barreda después hicieron que me pusiera a estudiar medicina legal, porque sin las ciencias auxiliares no hubiéramos podido condenar», explicó Eduardo Hortel, presidente del tribunal, a Diagonales.
La condena a cadena perpetua de los policías Walter Abrigo y Justo José López por la desaparición y muerte del estudiante de periodismo Miguel Bru, ocurrida el 17 de agosto de 1993, resultó un fallo histórico en el que los camaristas Hortel, María Rosentock y Pedro Luis Soria consideraron como agravantes la convicción de impunidad que tenían los asesinos y basaron su condena en peritajes, testimonios y la ausencia del cuerpo de la víctima.
«Teníamos que establecer si Miguel había estado o no en la comisaría Novena. Los presos lo habían visto y dijeron que lo sacaron exánime, pero de pronto los presos pueden declarar para perjudicar a los policías, así que necesitábamos estar seguros. Entonces, tuvimos la certeza de las pericias caligráficas. El libro de guardia había sido raspado, pero tanto que apenas quedaba el 10% del papel. Algo había pasado. Había un perito que decía que el apellido borrado empezaba con B y la segunda palabra tenía una g (de Miguel). Otro perito aseguraba que no: decía que la B podía ser una R, una P, o una D, y que la g podría ser una j o una y. Entonces, la Corte nos autorizó a comprar un aparato a Alemania y mandó un perito a formarse. Después enviamos el material al Instituto Balseiro, en Bariloche, donde con los lentes más potentes los peritos dictaminaron que había una B y que la segunda letra era una r. Además, confirmaron que había una g», describió.
Y continuó: «hicimos una pericia extra. Como la hoja había sido escrita toda por la misma persona, pedimos que armaran el nombre de Miguel Bru con los de los otros detenidos. Lo superpisieron sobre el espacio raspado y entraba perfecto. Esto nos convenció de que Miguel había estado privado de la libertad en la comisaría Novena, daba fe a los testigos y la entrada raspada nos hacía pensar que había ocurrido algo que habían querido tapar”.
–¿Porqué perseguían los policías a Miguel?
–Lo perseguían porque los vecinos de la casa en la que vivía Miguel se quejaban por ruidos molestos. Miguel tenía una banda de rock, pero no era un delincuente, era un joven de su época, un rockero; estaba anotado en la facultad, pero no había rendido ninguna materia. Abrigo y López hicieron un allanamiento ilegal para buscar droga en la casa, pero no encontraron nada y Miguel los denunció. Un día salió camino a Magdalena y desapareció.
–En este caso hay una confusión con el tema del cuerpo del delito.
–Claro, porque el cuerpo del delito (corpus delicti) es el conjunto de elementos que permiten determinar la existencia de un hecho criminoso. El cuerpo del delito es un concepto jurídico penal, no es el cuerpo del muerto. Ese concepto consiste en la reconstrucción inducida por las pruebas del hecho. Podemos equivocarnos, pero es la verdad procesal.
En el caso Barreda, en tanto, el tema para el tribunal fue determinar si era un simulador –cómo decía el perito Jorge Folino– o un «paranoico», dos posturas antagónicas que planteaban los peritos psicológicos. Los jueces debían decidir a cuál de las dos pericias le daban preponderancia. Enfrente tenían a un hombre que había disparado contra su ex mujer, sus hijas y su ex suegra con una escopeta y luego las había rematado a todas.
“No lo recuerdo textual, pero cuando terminaba de declarar le preguntamos cómo se había sentido después de matar a las mujeres. Él dijo que se sentía muy mal. Creo que usó la palabra mortificado. Después fue a ver a la novia y cuando ella le preguntó cómo estaba él le contestó: ‘me mandé una cagada bárbara’. Pero un paranoico nunca hace algo malo. Era una respuesta impropia para un paranoico», describió.
-¿Qué pasaba en esa casa?
-Barreda estaba separado. Incluso cuando compraron la casa de 48 (entre 10 y 11) ya estaban divorciados con las leyes de la época, pero vivían juntos por un acuerdo. Él usaba una habitación y un consultorio y las mujeres el resto de la casa.
–Pero Barreda era maltratado, todos recuerdan que le decían “Conchita”.
–Claro, él no tenía por qué hablarles, pero se les acercaba y ellas lo despreciaban. Hay que pensar que Barreda era muy putañero. Desde que eran chiquitas sus hijas lo veían andar con las minas de aquí para allá, sin ocultar nada.
-¿La idea del crimen fue creciendo en él?
-Tenía la escopeta atrás de una puerta y poco antes del crimen se anotó en un curso de homicidio que daba el colegio de abogados.
-¿Qué querría aprender?
-Cómo matar sin cometer errores. Estaba perfecto el tipo, sabía lo que hacía.

Fuente: http://nopublicable.blogspot.com.ar/2010/01/un-procer-de-la-justicia-platense.html