Luis Ríos, el testigo más importante del caso Carrera, estaciona el remis que conduce para poder hablar. Le parece que lo que pasó este lunes, el fallo de la Cámara de Casación que condena Fernando a quince años de cárcel, es terrible.  “No hay elementos que lo comprometan en el hecho”, dice por teléfono a Infojus Noticias.

Ríos habla porque ya habló antes, aunque nunca en siete años lo llamaron a ratificar lo que vio y lo que dijo en sede judicial. El día que se desencadenó la Masacre de Pompeya Luis vio –y se lo contó al programa televisivo Cámara Testigo- lo que después relató Fernando Carrera, que contradice de plano el relato construido por la policía y replicado en el expediente y cada instancia judicial.

“Digo lo que vi porque estoy convencido. Yo estaba en la puerta de un comedor comunitario, con los chicos estábamos pintando los árboles con cal y sentí el estruendo de un arma grande. Giro la vista y veo el Peugeot 504 negro atrás del Peugeot blanco. Carrera dobla en U y el auto sale atrás. Lo tenía a diez o veinte metros al auto de Carrera. Ahí veo que un tipo asoma por la ventanilla del acompañante una itaca con un caño de unos 60 centímetros de largo. El de atrás también llevaba una pistola. Al Peugeot de Carrera le hicieron muchísimos disparos injustamente, que no eran necesarios”, cuenta el testigo.

En ese momento, el Peugeot 205 blanco de Carrera inicia una carrera frenética en la que termina atropellando a varias personas y matando a tres. Él se defendió diciendo que esos hombres de civil y armados, abrriba de un auto destartalado, lo querían robar. Que había recibido un disparo en la cara y perdió el control del auto. Los policías de brigada de la comisaría 34, que dispararon 18 veces y 8 dieron en el blanco, dijeron que lo perseguían por un robo y que el tiro fue posterior al raid fatal.

Ríos marca otras contradicciones: que arriba del auto de Carrera no iban dos personas, como dijeron, sino solo una. “Nadie sale a robar con su propio vehículo, ni arriesga su vida y la de los demás”.

“Tiene que haber muchos otros testigos. Ese día hacía mucho calor; la gente del barrio estaba en los balcones y la vereda. Y no te olvides que en esa cuadra había cuatro puestos de diario abiertos”, dice Ríos. Efectivamente eran cuatro: uno en avenida Sáenz 1332, que estaba abierto y la orientación da hacia Centenera; Centenera y Sáenz, cuyo frente apunta a la vereda, puede haber visto Cuando Carrera dobló; el tercero antes de llegar al Banco HBC; y el último frente a la tradicional confitería La Blanqueada, en la esquina de Sáenz y Rabanal. Piensa Ríos que el estrépito de la Itaca tiene que haber llamado la atención de los empleados. Ningún funcionario judicial los citó a declarar.

Su testimonio fue rescatado por Enrique Piñeyro en el documental The Raty Horror Show. El día siguiente empezó para Ríos una pesadilla.

“Una tardecita, cuando estaba sacando la camioneta, aparece un Peugeot 504 blanco. Tres tipos, uno se quedó en el auto y otros dos bajaron. Uno me dijo que tuviera cuidado con lo que decía porque iba a terminar en el Riachuelo”.

La noche siguiente llegaron 10 tipos a su casa. Llevaban handys viejos, se comunicaban y recibían órdenes.  “Tenían varios vehículos, un Corsa con la patente tapada y uno gris. Tenían chalecos tácticos. Dijeron: el paquete esta acá, no quiere salir. Yo no salí para nada y llamé por teléfono a la policía. Al día siguiente apareció Gendarmería”.

También interfirieron en la cooperativa de transportes en la que trabajaba. “Me mandaban mensajes para mí con los choferes: que me cuidara. Algunos de los vecinos, vendedores ambulantes en la avenida Sáenz, reconocieron a uno o dos que trabajaban en Robos y Hurtos de Lugano. Antiguamente estaban en la brigada de la 34”.

Ríos denunció los episodios en una fiscalía porteña y en Asuntos Internos de la Policía Federal. Regresó a su casa a las dos. A las cuatro, sonó el teléfono celular. “Me pasaron una grabación con parte de lo que yo había dicho en la fiscalía, a una chica. Me habían grabado”, dice. Nunca más supo de esa investigación.

Cuando esos diez policías, de madrugada, rodearon la puerta de su casa, la mujer de Ríos temblaba. Sus hijos, de 7 y 12 años, lloraban.

-¿Para qué hablaste? – le reprochó la mujer.

Ríos le respondió con franqueza:

– ¿Qué querés que haga? Puede ser un hijo nuestro, un ciudadano inocente. Tenemos que comprometernos, aunque nos cueste la vida.

El testigo vital de una de las causas más polémicas de la historia policial, tiene cuatro prefectos en la puerta de su casa. La custodia rota cada quince días. Él hace changas en un remis.