Miércoles 18 de diciembre de 2013. Sala de visitas de la Unidad Seis de Rawson:

-Hola, hoy es tu cumpleaños. Felicidades.

-¿Hoy es mi cumpleaños? No sabía, ¿qué día es hoy?.

El diálogo fue entre el doctor Abel Córdoba, titular de la Procaduría Contra la Violencia Institucional y Cristian Pereyra de 25 años, un interno condenado a 9 años de prisión por asalto a mano armada y que hacía tres meses estaba en el penal de la capital de la provincia. Ese día y según le contó Córdoba a Jornada, Pereyra estaba con hambre porque hacía varios días que no comía y también deshidratado porque llevaba un tiempo bastante largo sin tomar agua. Había salido hacía pocas horas de una celda de castigo a la que había sido confinado sin que se conozcan los motivos. Pero el hambre y la sed no eran los únicos padecimientos del interno: también estaba golpeado y quemado. Se notaba, según Córdoba que había sido sometido a un duro castigo Cuatro días después de esta entrevista, Pereyra apareció ahorcado en la sala de sanidad del penal de Rawson. Su cuerpo colgaba de un pedazo de sábana. Nadie vio nada en un lugar donde siempre hay gente porque se trata de una especie de sala sanitaria donde los presos son atendidos en primera instancia antes de ser derivados a algún hospital. Según dicen, se ahorcó a las 4 de la tarde.

Viernes 13 de febrero de 2014. Pabellón número 15 de la Unidad Seis de Rawson:

-¡Abran, abran!, quiero hablar por teléfono con mi mamá que está enferma. Abran por favor.

Los gritos eran del interno Juan Moreno de 22 años condenado por robo a mano armada a 10 años de prisión. Nadie le abrió pero además durante todo ese día, el pabellón 15 estuvo cerrado. Nadie podía salir ni entrar. Era como una especie de castigo en un lugar donde conviven presos que en general, tienen buena conducta y una buena relación entre si. El castigo del encierro duró hasta el día siguiente. Moreno ya había advertido que si no lo dejaban hablar con su mamá que padece de cáncer, se iba a prender fuego. No sólo lo dijo. También lo hizo. A las 8,30 del sábado 14, los demás internos trataron de apagar las llamas que estaban calcinando su cuerpo con unas frazadas. Pero no lo lograron. Juan fue trasladado al Hospital Santa Teresita y de allí al Hospital Zonal de Trelew donde con el 80 por ciento de su cuerpo quemado agonizó exactamente cuatro días: el miércoles a las 8,30 murió.

El primero de los hechos provocó la intervención de la Procaduría y según Córdoba también van a intervenir en el segundo. Para la entidad hay excesos dentro de la cárcel de máxima seguridad, un ícono de la represión que comenzó en los años 70 y se prolongó durante toda la dictadura que comenzó en 1976.

“Cuando vimos a Pereyra nos estremecimos. Tenía parte del cuerpo prácticamente chamuscado porque lo habían quemado. La mirada perdida y casi no podía hablar. Ya había presentado cuatro recursos de hábeas corpus por el mal trato que recibía. Hasta ahora no sabemos por qué le pegaban tanto. Cuatro días antes que apareciera muerto, el fiscal Gélvez ya había dado la orden para que lo trasladen. Hay muchos casos parecidos en estos últimos tiempos en la Unidad Seis. Y diría que en los últimos tiempos aumentó demasiado la cantidad de reclusos que se quita la vida. Y eso es porque prefieren la muerte antes que los tormentos”, contó Abel Córdoba.

Se cree que Pereyra era padre de un hijo. También se supo que sufría de algunos problemas psicológicos que lo obligaban por temporada, a tomar algunos fármacos. Estuvo detenido en las cárceles de Ezeiza y Devoto. Y también un tiempo en Neuquén hasta que en setiembre de 2013 lo trasladaron a Rawson. Su familia vive en Capital Federal y según pudo saber Jornada en todo el tiempo que estuvo en la Unidad Seis sólo recibió a dos familiares de visita.

“Si es cierto que se suicidó, ¿saben por qué lo hizo? Para quedar a salvo de nuevos tormentos. Esto es típico. Estamos siguiendo muy de cerca el comportamiento en la Unidad Seis de Rawson. Es una de las cárceles que está en los primeros lamentables lugares de torturas, malos tratos y desatención total de los internos”, remató Córdoba.

El caso del chico Moreno ya está casi resuelto por el fiscal Gélvez. Las investigaciones habrían revelado que se vivieron entre el 13 y el 14 de febrero dos días de furia de parte de algunos integrantes del plantel de guardiacárceles. “Pasó de todo. Encerraron a los presos, no les dieron comida, no los dejaron salir. Cuando comenzaron a protestar ingresaron al pabellón a escopetazos (tienen balas de goma) y hasta quemaron colchones. En el tumulto dos presos lograron salir del lugar, pero después fueron confinados a celdas de castigo. Ellos dos también habían amenazado con suicidarse”, contaron a Jornada fuentes de la investigación.

Y agregaron: “Todo comenzó el viernes a las 16. Y continuó hasta el otro día. Nadie escuchó el pedido de Moreno para hablar con la madre. Hacía un par de días se había enterado que tenía cáncer. Dicen que fue muy fuerte verlo rocearse el cuerpo aparentemente con alcohol fino y después prenderse fuego. El pabellón quedó destrozado porque hasta los vidrios se rompieron. El pabellón es uno de los más tranquilos del penal. Los presos conviven bien, comen todos juntos, comparten lo que se denomina “el rancho”. Y no hay conflictos ni grupos antagónicos”. La muerte de Juan Moreno encendió la segunda alarma.

Nadie sabe lo que pasa en la Unidad Seis. Hasta ahora, las autoridades guardan un llamativo silencio sobre estas dos muertes que no debieran haber ocurrido. El penal viene teniendo conflictos desde hace tiempo. Cambios inesperados y seguidos de director, inversiones sospechadas y las denuncias permanentes sobre malos tratos. Los guardiacárceles son vecinos de la zona. Sería buena que por ellos mismos, las autoridades salgan a realizar aclaraciones que son necesarias. Aunque hay dos muertos. Y a veces resulta demasiado difícil hacer alguna aclaración cuando hay quienes ya no pueden defenderse.#

 

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