Frente a la base de Guantánamo donde flamea la bandera de Estados Unidos, reza un cartel: “República de Cuba, territorio libre de América”. Puertas adentro, los anuncios de McDonald’s y Starbucks conviven con mensajes solemnes como “Honor bound to defend freedom” (La obligación moral de defender la libertad). No hace falta aclarar de quiénes. Hoy son 166 prisioneros de distintas nacionalidades alojados en una cárcel de máxima seguridad. Los rodean unos 6 mil marines. Afuera, uno de los poblados más cercanos se llama Paraguay, donde se levanta la primera fábrica cubana de biodiésel. El contraste en esa geografía árida y salitrosa es notable. Tanto como lo que paga el contribuyente estadounidense por mantener un preso allí (903.614 dólares por año) y uno de cualquier prisión federal (alrededor de 70 mil).

El 22 de mayo pasado, no conforme con el presupuesto para el penal, el Departamento de Defensa le pidió al Congreso 450 millones de dólares para sostener sus gastos. Cada guardia de la prisión le cuesta al gobierno de Barack Obama unos 2900 dólares mensuales en promedio. Muchísimo menos de lo que cuesta el encierro de un detenido de origen islámico por ser sospechoso de actividades terroristas.

En enero de 2002 comenzaron a funcionar las seis cárceles en una, que tiene Guantánamo. Tres están vacías. En la Camp 4 se alojan los detenidos de buena conducta. En otra, Camp 5, los considerados más peligrosos, como Khalid Sheikh Mohammed, partícipe en los atentados a las Torres Gemelas. Según documentos de Wikileaks, en 2003 los agentes de la CIA lo torturaron con la técnica del submarino hasta 183 veces para que diera información.

El presidente Obama prometió cerrar Guantánamo el 22 de enero de 2009, a dos días de asumir su primera presidencia. No cumplió y será difícil que cumpla, a juzgar por la Ley de Autorización de Defensa Nacional que firmó el 31 de diciembre de 2011 y que permite la detención indefinida de los presos y restricciones para sacarlos de la prisión en la Cuba ocupada.

Si alguna vez Obama pensó en terminar con esta cárcel que semeja un campo de concentración, y por donde pasaron casi 800 prisioneros, fue para recortar gastos y no para evitar las torturas y vejámenes que sufren los presos. Esas prácticas van desde el confinamiento solitario hasta la dimensión de las celdas, de cuatro metros cuadrados. La periodista española radicada en EE.UU., Emma Reverter, autora del libro Guantánamo, diez años, describió en detalle cómo es la vida allí. Un ejemplo basta para ilustrarla:

“El único espacio abierto de la cárcel de Guantánamo es un patio de unos veinte metros cuadrados rodeado de una cerca de alambrada verde de unos dos metros de altura y que impide que los presos puedan ver el mar, situado a pocos metros”. A los detenidos, que desde febrero de 2013 se fueron plegando en masa a una huelga de hambre, les censuran hasta los cuadros que pintan con tizas de colores. Reverter tomó fotografías de las obras para la BBC y The Huffington Post. “Varios lectores mandaron comentarios para indicar que, en su opinión, las ilustraciones contenían mensajes en clave para cometer un nuevo atentado terrorista”, dijo la periodista en 2011.

En muchos países árabes, como en Estados Unidos, el color naranja del mameluco con que se viste o vestía a los prisioneros de Guantánamo, es el que se emplea para los condenados a muerte (algunas fuentes sostienen que ahora usan unos de color blanco). La diferencia es que los 166 alojados ahí no esperan la pena capital en el corredor de la muerte. La mayoría nunca recibió cargos en su contra del gobierno que los mantiene cautivos. El último fue Abd al Hadi al Iraqi, acusado este año de ser enlace de Al Qaida y los talibán para la realización de varios ataques suicidas en Afganistán entre 2001 y 2004. Está en la base ubicada en Cuba desde 2007 y enfrenta una condena a cadena perpetua.

Otros, como el argelino Djamel Ameziane, quien huyó de la guerra civil en su país hacia Austria, Canadá y Afganistán, se ganaba la vida como chef hasta que lo apresaron en Pakistán. Hace más de diez años que está detenido sin cargos. Recién después de ese tiempo transcurrido, su caso lo tomó la CIDH en 2012. Por situaciones como éstas, el Comité contra la tortura de la ONU pidió hace ya nueve años (en mayo de 2004) el cierre de la cárcel y cinco premios Nobel, entre quienes está Adolfo Pérez Esquivel, hicieron lo mismo en 2005. “No se cumplen los derechos humanos en Guantánamo”, dijo Murat Kurwaz, uno de los ex convictos que logró salir. Los suicidios de tres prisioneros, dos sauditas y un yemenita, el 10 de junio de 2006, le dieron la razón.

Gitmo, como la llaman los estadounidenses a Guantánamo, tiene cinco muelles, dos aeropuertos, unas 2 mil viviendas, 397 puestos de control, una iglesia, un hospital, dos cines y hasta enero de este año contaba con la presencia de personal civil cubano. Los últimos dos trabajadores locales que quedaban, uno de 79 y otro de 82 años, recibieron una placa antes de jubilarse en la más antigua de todas las bases de Estados Unidos en el exterior. Otra curiosidad: un jordano que emplea el Departamento de Defensa, al que todos en el penal conocen como Zak, ha sido el mediador para conflictos culturales entre los detenidos y los marines. Según Reverter, quien visitó en varias ocasiones la cárcel, propuso que los prisioneros tomaran clases para “mantenerlos ocupados”.

Una colega citada por la periodista española, Carol Rosenberg, del Miami Herald –según aquélla la que mejor conoce Guantánamo–, le confió antes de su último viaje que los prisioneros “no saldrán vivos de allí”, porque los últimos se fueron dentro de un ataúd. Unos noventa tenían permiso para abandonar la base hace tiempo, pero ningún país los aceptó. Otros 47 son considerados de máxima peligrosidad. Pero todos, los 166 que continúan prisioneros, siguen bajo condiciones que violan cualquier principio jurídico internacional. A no ser que se consideren las normas especiales con que Estados Unidos trata a sus enemigos.

 

http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-222433-2013-06-17.html