La cámara que sale de una ventana y observa a un gato que camina, una mujer desayunando mientras un hombre acomoda su corbata, una bella mujer peinándose, el vecindario y James Stuart sudado, el termómetro que marca el calor, el verano, otro hombre se afeita mientras que un matrimonio se levanta de dormir en el balcón, de nuevo la bella mujer, esta vez otra de sus ventanas sirve para el recuadro de la caída de su sostén, va a desayunar (claro, con el sostén puesto, son los 50 y no se ha visto ningún seno impúdico).

Luego, la imagen de una gran fotografía de un automóvil estrellándose. Lo que nos hace suponer que el fotógrafo también se lesionó. Confirmamos, una cámara estenopeica estropeada y James Stuart de nuevo, pero esta vez se le ve el yeso en su pierna derecha.

Así comienza la magnífica película La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, uno de los maestros del cinematógrafo del siglo XX. El master se caracteriza por ser sutil, leve o indiscreto, como lo marca el adjetivo del título. No necesita de un diálogo entre dos actores al medio de una película para decirnos las cosas ni, menos aún, el trillado uso de la voz en off que nos explica lo que sucede. No, el master es sutil y, como buen cineasta, utiliza la imagen. En dos minutos de cinta nos dice: James Stuart es fotógrafo, sacó una increíble fotografía de un automóvil estrellándose y eso le costó una pierna. Hace un calor insoportable y la única distracción de aquel fotógrafo inquieto es mirar por la ventana a su vecindario.

Digamos, espiar. Lo que a Hitchcock le llevó dos minutos de cinta, a nosotros nos llevó ya casi cuatro párrafos pero, en fin, no somos cineastas ni tenemos su talento.

James Stuart espía, ése es su único entretenimiento, espiar a los vecinos. La imagen del protagonista espiando como única diversión es en realidad un metalenguaje del primer nivel, ya que el lenguaje objeto somos nosotros, los espectadores. James Stuart espía a sus vecinos a través de sus ventanas que parecen pantallas cinematográficas, mientras nosotros tenemos como único entretenimiento, durante los 112 minutos que dura el film, espiar al espía; ser voyeur del voyeur.

Y James Stuart observa al principio con disimulo, luego deja la sutiliza y lo hace de forma grosera, mira obscenamente. Una imagen increíble del film es cuando el protagonista, junto a su novia, la hermosa Grace Kelly y a la enfermera, se ponen a mirar cada uno de ellos con un teleobjetivo cada vez más grande.

Así como Chaplin se adelanta unos años a Michel Foucault y muestra en el film Tiempos modernos las consecuencias del capitalismo fordista, específicamente el concepto de disciplina (como aquella técnica de gobierno que aumenta las fuerzas económicas del cuerpo para producir más pero disminuye las fuerzas políticas para obedecer mejor); Hitchcock se le adelanta unos años al texto Posdata sobre las Sociedades de Control, de Gilles Deleuze, y nos muestra en esta película las nuevas formas que asume el control social: las sociedades de control.

Mientras que Tiempos modernos es el arquetipo de la alienación que produce el trabajo en una fábrica, la línea de producción fordista que transforma al individuo en una máquina, La ventana indiscreta es el arquetipo de las sociedades de control: la cámara vigila a James Stuart, éste lo hace con su vecino, los espectadores lo hacen con todos y hasta quizás Hitchcock lo haga con nosotros. No es casualidad que el protagonista del film sea un fotógrafo, quien es -en cierto punto- también un mirón.

El control social de las sociedades de control ya no intenta disciplinar al cuerpo como lo hacían la fábrica, la escuela, el manicomio o la prisión de las sociedades disciplinarias; ya no busca normalizarlo, docilizarlo, crear hombres máquinas ni organizar los grandes espacios de encierro. Desde este punto de vista, la película da cuenta de la crisis de los lugares de encierro de las sociedades disciplinarias: James Stuart encerrado en su casa y en los planos que le hace el director de forma claustrofóbica.

Las sociedades de control nacen conjuntamente con el neoliberalismo, el cual ya no intenta incluir a personas a un mercado de trabajo. No, las sociedades de control buscan el control al aire libre, no son moldes como los lugares de encierro, son modulaciones. El control ya no pasa por hacer del hombre una fuerza de trabajo, pues el neoliberalismo destruyó la idea misma de fábrica. El control es ahora vigilar o espiar para prevenir el riesgo. Las cámaras de vigilancia son la epifanía de las sociedades de control.

El nuevo paradigma de control es mostrado con grandilocuencia por el mismo Hitchcock en la película: ya no es el Estado que castiga sino los ciudadanos que vigilan. Esta nueva fase del capitalismo “ya no compra materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones” (Deleuze, 2005:119).

Parafraseando al filósofo francés, el capitalismo de las sociedades disciplinarias es el de la propiedad privada, de la fábrica; mientras que el capitalismo de las sociedades de control es el capitalismo del mercado.

Si la polea es la máquina de las sociedades soberanas, la línea de producción fordista lo es en las sociedades disciplinarias, mientras que el Facebook es la máquina arquetípica de las sociedades de control: la fascinación por mostrar y ser visto, por exhibir y espiar, por adquirir identidad y pertenencia en sociedades desidentizadas y fragmentadas. Si la prisión es el espacio de las sociedades disciplinarias, las pulseras magnéticas lo son en las sociedades de control.

 

fuente: http://www.comercioyjusticia.com.ar/2012/07/10/posdata-sobre-la-ventana-indiscreta/