La distancia entre el poder que concentran un primer mandatario o un funcionario público y alguien que está en prisión, especialmente si las condiciones de su detención son ilegales, parecen abismales. Y sin embargo, estos dos roles han sido, en algunos casos, cumplidos por la misma persona en distintos lugares del mundo. En general, sus detenciones han tenido que ver con su militancia política que, tras recuperar la libertad, continuó hasta ocupar lugares más o menos destacados dentro del Estado.

Si bien la historia ya es conocida, un caso emblemático es el de Dilma Rousseff, que se convirtió en la primera Presidenta de Brasil en enero de 2011. Rousseff, que dentro de la Vanguardia Armada Revolucionara Palmares formó parte de la resistencia a la dictadura que se hizo con el poder en 1964, fue detenida en 1970 y condenada por un tribunal militar sin que mediaran las garantías legales correspondientes, y luego sometida a torturas.

Durante esos años oscuros en los que no acalló su postura –en diciembre del año pasado la prensa brasileña difundió una foto de la actual mandataria declarando ante un escurridizo tribunal militar– fue compañera de celda de la socióloga Eleonora Menicucci de Oliveira. El pasado 6 de febrero, Rousseff nombró a Menicucci, con quien convivió en una prisión en San Pablo entre 1970 y 1972, como la nueva ministra de Políticas para las Mujeres, un cargo clave en lo que la Presidenta define como “el gobierno más femenino en la historia de Brasil”.

Tal vez uno de los mayores símbolos globales de la lucha por las libertades civiles y políticas sea el sudafricano Nelson Mandela. Arrestado en 1962, fue condenado a cadena perpetua y pasó 18 años confinado en una cárcel de Robben Island, a 12 kilómetros de la costa de Ciudad del Cabo. Su activismo, aún dentro de la cárcel, lo convirtió en el ícono de la lucha contra el apartheid, que restringía fuertemente los derechos de los hombres negros en Sudáfrica.

Ante las presiones locales e internacionales, el líder –llamado afectuosamente Madiba en su tierra natal– fue liberado en 1990 y en 1994, la primera vez que en su país hubo elecciones democráticas con sufragio universal, se convirtió en Presidente y se ocupó especialmente de la reconciliación racial en su país. En 1993 había recibido el Premio Nobel de la Paz.

Otro caso es el del polaco Lech Walesa, también condecorado con el Premio Nobel de la Paz en 1983 y ligado por décadas a la lucha sindical de su país. Walesa, electricista de un astillero, fue encarcelado tres veces y cumplió arresto domiciliario por casi cuatro años, generalmente luego de encabezar fuertes huelgas que se oponían al régimen soviético que buscaba imponer sindicatos alineados. La influencia que ejerció al diseminar la lucha por la independencia obrera en su país hizo que fuera elegido como Presidente en 1990, siendo el primer gobierno no comunista de Polonia, por fuera del estricto control de la ya casi extinta Unión Soviética.

En Argentina, dos ex presos políticos que pasaron por centros clandestinos de detención durante los sesenta y los setenta se desempeñan actualmente en el área de Derechos Humanos, que entre otras cosas se ocupa de investigar los crímenes cometidos en épocas de terrorismo de Estado. Sara Dorotier de Cobacho, actual Secretaria de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, no sólo tiene dos hijos desaparecidos – lo que la convirtió en una militante de Madres de Plaza de Mayo – sino que ella permaneció detenida y fue torturada entre el 25 de marzo de 1976 y febrero de 1977: pasó por centros clandestinos de detención de la provincia de Santa Fe y luego fue “legalizada” y trasladada a la cárcel de Devoto. Ramón Torres Molina, quien preside hoy del Archivo Nacional de la Memoria, es otro ejemplo. Durante las dos últimas dictaduras, en total, Torres Molina permaneció detenido durante diez años. En los sesenta, se preparó para incorporarse a las filas del Che Guevara y en los setenta, para defender el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile, experiencias que narra en su libro “Las guerrillas en Argentina. Análisis político y militar”.

Para muchos, la militancia fue sinónimo de cárcel en las peores condiciones y sin siquiera un juzgamiento transparente. Pero las intenciones políticas, en lugar de acallarse, se profundizaron y los llevaron a lugares con los que tal vez siquiera habían soñado en sus días más terribles.

Fuente: http://paper.li/drakarituz/1311621227?utm_source=subscription&utm_medium=email&utm_campaign=paper_sub