Un tercio de los 27.000 reclusos en cárceles bonaerenses se considera pentecostal. Dos sociólogos investigaron las particulares relaciones en esos pabellones, sus beneficios y “negociaciones”. La diferencia entre estar convencido y convertido.

 

 

La inserción de las iglesias evangélicas en las cárceles fue cubierta por los medios masivos mientras los números de medición rendían. El tema fue dejándose de lado al tiempo que, para la gente, los llamados pabellones evangélicos pasaron a ser algo común. Dos sociólogos, Rodolfo Brardinelli y Joaquín Algranti, se ocuparon del fenómeno trabajando en un proyecto de investigación desarrollado en la Universidad Nacional de Quilmes. El estudio que ahora es libro, se titula La re-invención religiosa del encierro (ed. C.C. de la Cooperación) y tiene como foco el sistema penitenciario de la provincia de Buenos Aires donde una tercera parte del total de los reclusos está incorporado a las diferentes vertientes pentecostales. Según los autores, los presos son permeables y están abiertos a escuchar y ser escuchados, muy lejos de aquellas imágenes que los retratan como personas hurañas e impenetrables. Hubo otros trabajos antes, varios de los cuales explicaban el crecimiento del pentecostalismo como producto de estados de alienación y manipulación. “Nos intrigó el fenómeno y nos fuimos metiendo porque era una realidad que no conocíamos lo suficiente. También quisimos desmitificar esa especie de vulgata aceptada de que el pentecostalismo en la cárcel era una solución. Un refugio dentro de un mar de violencia y guerras internas que el periodismo estatuyó”.

El aumento del número de detenidos en la provincia coincidió con la disminución de su edad. Desde 1996 y hasta 2011 la población carcelaria pasó de 5.000 a 27.861 –de los cuales unos 2.000 estaban alojados en comisarías– en un sistema de sólo 15.500 plazas que cumplían con la pauta métrica de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En ese contexto, los pastores evangélicos ya sea externos o miembros del servicio vieron aumentar su tarea desde mediados de los años ’80 y en la década siguiente. “La particularidad que tienen los presos evangélicos es que no rompen, no se amotinan, no maltratan a las autoridades, no les faltan el respeto, están limpitos, cuidando su puesto de trabajo, toman cursos en los talleres, van a la escuela”, aseguró un oficial penitenciario en el libro. Las organizaciones evangélicas, e incluso los agentes del sistema, aceptaron que muchos de sus pabellones estuvieran regidos por líderes de extracción religiosa que fueron convirtiendo individualmente a un número creciente de internos. Su tarea en el mundo carcelario intervino sobre la estructura institucional, sobre los mecanismos formales e informales de poder y sobre pautas de relación social internas.
–¿Cuál es el beneficio para los penitenciarios?
Rodolfo Brardinelli: –Desde una mirada institucional, puede decirse que en un ámbito caótico, superpoblado y descontrolado como es la cárcel hoy, el pentecostalismo brinda un espacio de control. Si en una cárcel hay 15 pabellones y siete de ellos son pentecostales, hay que preocuparse mucho menos. Siempre hubo los llamados pabellones de autodisciplina, de presos que no necesitan ser controlados diariamente, pero son pocos. También hay una ampliación de las oportunidades de negocios dentro de la cárcel. En el libro queremos señalar que existe un continuo intercambio de plata, de drogas, de tarjetas, de zapatillas, de los favores de las novias: todo tiene su precio y los penitenciarios entran en ese toma y daca. En este contexto, el pentecostalismo aumenta las oportunidades de negocio. Por ejemplo, ahora se va a poder vender una ubicación dentro del pabellón.
Dentro de los pabellones pentecostales, los pastores ponen en práctica diversas formas de trabajo: estrategias de supervivencia, el conservar la salud y la vida, las soluciones espirituales, el lenguaje religioso, las capacidades expresivas, los procesos de liderazgo y la circulación de recursos. Pero una cosa es estar convencido y otra, muy distinta, estar convertido. “Yo no estoy convertido, porque yo fumo, tengo mente podrida. Convertido estás cuando uno deja esas cosas, va a la iglesia, deja las vanidades, cuando dejás todas las cosas que vos querés, las cosas carnales”, testimonió un preso. “No hay una sola forma de ser evangélico –explica Algranti–. Una manera de pertenecer es renegociando muchas de las reglas. Hay distintos grados de pertenencia, los que se comprometen completamente y los que las negocian”.
–¿Vamos hacia un modelo de cárcel mayoritariamente pentecostal?
R.B.: –Me parece que la expansión pentecostal se detuvo porque por otro lado apareció algún tipo de resistencia interna desde los oficiales penitenciarios.

–¿Cuál es la relación entre los pastores y los capellanes católicos?
Joaquín Algranti: –Compiten por el pastoreo o la conducción. En el caso de los católicos, están mucho más institucionalizados. En cambio, el pentecostal es un modelo de liderazgo emergente que tiene relación con lo que les pasa a los presos y hay una lucha por la institucionalización de esa realidad.
Para agosto de 2011, unos 814 pastores estaban registrados y autorizados para visitar el sistema, que también aloja a pastores presos, copastores, diáconos y hasta oficiales pentecostales. En la actualidad y según datos del Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense, 9.000 presos –un 33 por ciento– son nominalmente pentecostales. La pregunta sobre el número de reincidentes en el delito se impone. Para los pastores consultados en el libro, el porcentaje de reincidentes no supera el cinco por ciento. La otra duda se centra en si los presos continúan yendo a la iglesia cuando salen a la calle, pero ese dato no existe. Deberían conectarse con el pastor del barrio para ser acogidos, pero resulta difícil exigirle coherencia a un preso si su grupo de pertenencia deja de ser la cárcel. “Una vez afuera, la práctica religiosa puede convertirse en una red social. Es difícil pensar que el religioso es una persona que lo lleva adentro y que se impone a la ausencia de un escenario. Lo evangélico sigue siendo débil en la reinserción social porque quien sale de la cárcel necesita mucho más que un lugar donde ir el domingo a rezar”, dice Brardinelli.