La reciente aparición del libro titulado «Disposición final», producto de las entrevistas que el periodista Ceferino Reato le efectuó a Jorge Rafael Videla, nos devuelve al terreno de las formas simbólicas con las cuales se suele justificar u ocultar la comisión de crímenes masivos.

En la Argentina hemos aprendido que aquéllos no se agotan con su realización material, sino que se perpetúan en dimensiones que alcanzan lo simbólico e ideológico. De allí la importancia de observar las formas mediante las cuales son narrados los exterminios.

Con frecuencia los perpetradores apelan a una recalificación conceptual que pretende desvincular los crímenes del orden social y político que los produjo, aunque no siempre en la forma burda y evidente de la negación de los hechos, sino, a veces, tan sólo a través del trastrocamiento del sentido, la lógica y la intencionalidad.

El lenguaje no juega en este proceso un papel menor. Por el contrario, en primer término se lo utiliza no sólo para deshumanizar a las víctimas, despojándolas de ese modo de su identidad, sino también para negar, o en su caso racionalizar, la masacre producida.

En ocasiones, el descarrío semántico atiende también a la necesidad de amortiguar los efectos de los actos criminales sobre las conciencias y de neutralizar el sentimiento de culpabilidad de los ejecutores.

Así fue señalado por Hannah Arendt al indicar que durante el holocausto nacional-socialista toda la correspondencia gubernamental estuvo sujeta a estrictas y rígidas normas de lenguaje. A punto tal que difícilmente se encuentren documentos en los que se lean palabras tan claras como «exterminio», «liquidación» o «matanza»; por cuanto las que se empleaban efectivamente eran «solución final», «evacuación» y «tratamiento especial».

Esa modalidad, afirmó Arendt, resultó extraordinariamente eficaz para el mantenimiento del orden y la serenidad entre los muy diversos actores involucrados en la comisión de aquellos crímenes, puesto que «el efecto último de este modo de hablar no era el de conseguir que quienes lo empleaban ignoraran lo que en realidad estaban haciendo, sino impedirles que lo equipararan al viejo y normal concepto de asesinato y falsedad». Eran típicos deslizamientos semánticos tan usados entonces como hoy en día.

Lo cierto es que la retórica eufemística nazi generó una subversión léxica en la que las palabras se retorcían en su semanticidad, a partir de lo cual algunas que eran aparentemente inofensivas cobraban un significado atroz en aquel contexto signado por la muerte masiva y programada.

De allí que se trate, en algunas ocasiones y contextos, de un uso plenamente consciente y deliberado de las palabras, capaces de constituirse también en instrumento de una política criminal del Estado.

Refiriéndose al caso argentino, Claudio Martiniuk sostiene que el lenguaje incrementó el uso del prefijo de privación «des». A punto tal que fue el lenguaje militar el que acompañó a la sangre y des-oscureció el término desaparición, «para oscurecer, para desaparecer la materialidad de los cuerpos que hicieron desaparecer, para desaparecer el acto, para desaparecer toda responsabilidad. Para silenciarlo».

La lógica criminal masiva se escuda en la manipulación del lenguaje y mediante el mismo distorsiona la realidad ajustándola a sus propios objetivos. Se trata, por lo tanto, de un medio que permite transformar la percepción de la realidad a través del empleo de la jerga y los eufemismos.

Piénsese, a modo de ejemplo, en la macabra fórmula conocida como «limpieza étnica». Su alusión da por sentado la existencia de una mácula o infección original que debe ser erradicada, tal como sucede con una plaga o una enfermedad. Expresiones que denotan, en definitiva, una forma de pensar organizada alrededor de las nociones de pureza y contaminación.

En este contexto suele definirse al enemigo contaminado como elemento no humano o inhumano, es decir, situado al margen del grupo de los seres humanos a quienes se debe la más mínima obligación en tanto que criaturas iguales a uno mismo.

Alrededor de esas operaciones encontramos al entonces dictador Videla, quien ensaya una suerte de justificacionismo histórico que ha sido desnudado con meridiana precisión por su interlocutor Ceferino Reato.

 

(*) Juez penal

 

Fuente: http://www.rionegro.com.ar/diario/las-formas-simbolicas-del-crimen-878282-9539-nota.aspx