Un estudio radicado en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) analiza el impacto del discurso religioso dentro de dos cárceles de la provincia de Santa Fe, la número 3, ubicada en Zeballos y Richieri de esta ciudad, y la número 11, de Piñero. El estudio tiene como eje principal observar cómo funciona este discurso, en especial el evangelista pentecostal, que se inserta en los servicios penitenciarios a partir de la recuperación democrática argentina. «Este discurso evangelista habilita nuevas formas de ser, pensar y habitar la cárcel. Además, configura nuevas subjetividades y estrategias de cogobernabilidad por parte del servicio penitenciario», explicó Mauricio Manchado, autor de este proyecto y becario del Conicet.

La injerencia de la religión evangelista se hace notar en las prisiones. «En Santa Fe, existen por unidad penitenciaria entre 2 y 4 pabellones que responden al evangelismo, lo cual implica que un 25 o 30 por ciento de los pabellones son iglesia», confió el investigador que realiza su trabajo bajo la tutela de la doctora Susana Frutos.

El trabajo marca dos aspectos importantes de la incorporación del evangelismo en las cárceles. Por un lado, genera una configuración normativa que da como resultado una escasa conflictividad de los presos que viven en estos pabellones. Por otra parte, la organización jerárquica de estos pabellones son definidas por las propias personas detenidas, lo que hace que un preso pueda decidir sobre otro.

Según Manchado, el discurso evangelista tiene una larga trayectoria en las cárceles. «Se inserta primero en la provincia de Buenos Aires y en Santa Fe tarda un poco más, tomando visibilidad a finales de la década del 90, principios del 2000, cuando en la unidad 1 de Coronda tuvo lugar una escalada de violencia muy fuerte. Esto ocasionó que los pastores que venían desarrollando un trabajo previo informal y desorganizado pudieran tomar formalidad», explicó el investigador.

En este sentido, manchado también lo diferenció del catolicismo, religión legitimada en las cárceles y solventada por el Estado. «El catolicismo casi no tiene presencia en las cárceles, sólo por una capilla católica que existe en todas los servicios penitenciarios de Santa Fe donde un capellán designado oficia semanalmente una misa. En la unidad 3, por ejemplo, asisten por semana entre 5 y 10 personas de un total de 250 encarcelados, mientras que en la misma unidad conviven 2 pabellones evangélicos que suman 80 personas».

Esta realidad que se vive en las cárceles santafesinas es el reflejo, según indica el investigador, de lo que se vive en las sociedades actuales con la evolución sostenida que tiene el evangelismo. «Es marcado el crecimiento de las grandes iglesias evangelistas que están ubicadas, sobre todo en barrios periféricos, y han tenido una gran inserción en contextos de marginalidad. Estas iglesias son las mismas con las que se encuentran dentro de la cárcel, hay una continuidad muchas veces entre el adentro y el afuera», consideró Manchado, para luego aclarar que aproximadamente el 80 por ciento de la población carcelaria corresponde a sectores marginales.

Por otra parte, la investigación radicada en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR analiza cómo se apropian los detenidos de este discurso religioso. «Hay presos que se acercan al evangelismo porque están convencidos del camino de la fe y la religión, se los conoce como los *convertidos, aquellos que salen y no vuelven a delinquir. En cambio, aparecen los *refugiados, presos que no pueden estar en otros pabellones por un problema de convivencia, donde se dan situaciones de pelea y hasta corren riesgo sus vidas. Esto para el servicio penitenciario es un problema y esa persona debe recurrir a estos pabellones porque es el único lugar donde la violencia esta reducida casi al mínimo. Por último, aparecen los *convencidos que son personas que se acercan a estos pabellones porque están cansados de una larga estadía de conflictividad y deciden aceptar las estrictas normas de convivencia para pasar el tiempo que resta de la condena en sitios menos conflictivos».

El informe de esta investigación deja entrever que estos pabellones tienen una configuración normativa muy fuerte. «Los presos que ingresan saben que deben cumplir las normas de disciplina y adecuarse a ellas porque de lo contrario pueden ser expulsados y volver a los pabellones donde tenían problemas o a una celda de castigo», puntualizó Manchado. Las normas son claras: no tomar bebidas alcohólicas, no usar teléfonos celulares, no tener elementos cortopunzantes, entre otras restricciones.

El investigador justificó el motivo de la elección de estos dos servicios penitenciarios. «Me interesaba ver cómo estos sujetos se vinculan con el dispositivo religioso estando en una etapa de transición o de una estadía más prolongada», resumió Manchado. «La unidad 3 es una cárcel antigua inaugurada en 1894, 1895, enclavada en la zona centro de la ciudad. Es una cárcel de mediana y baja seguridad, con una población de condenados con penas menores a 5 años o que ya están transitando la última parte de su condena, lo cual implica que la mayoría está en el umbral de egreso», agregó el investigador de la UNR.

Según Manchado, «esto configura una cárcel donde funciona un elemento que es la conducta, el hecho de acceder a la posibilidad de salir por tener una conducta ejemplar determinada por su relación con los presos y con los actores carcelarios». La cárcel número 11 de Piñero tiene características opuestas. «Esta unidad carcelaria es de máxima seguridad y responde a la vieja lógica de las cárceles fuera de las ciudades, y con un sistema disciplinario mucho más severo que la unidad 3. Si bien hay detenidos que salen con permisos, la mayoría tiene condenas largas», precisó.

La posibilidad de acceder a los pabellones evangélicos hace que muchos presos asuman la religión como una manera de vida dentro de las cárceles y así configuran nuevas relaciones que al salir les sirven de contención. «Estas iglesias generan redes que permiten que el preso que sale de la cárcel y continúa con la religión pueda crearse contactos e insertarse en el medio laboral», concluyó Manchado.

*Integrante Dirección de Comunicación de la Ciencia UNR

 

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/25-43737-2014-04-26.html