“El sufrimiento de los hombres nunca debe ser un mudo residuo de la política, sino que, por el contrario, constituye el fundamento de un derecho absoluto a levantarse y a dirigirse a aquellos que detentan el poder”

(Michel Foucault)

 

Por Mila Dosso
Opaca por fuera, custodiada por gruesos muros como una fortaleza, la cárcel es, sin embargo, espacio transparente de experimentación en el que afinan estrategias totalitarias guardiacárceles, médicos, psiquiatras, funcionarios y todo un sistema penal que aplica impunemente sus técnicas de castigo.

Desde el ejercicio de un control milimétrico y de una vigilancia cons¬tante, pasando por las más sutiles manipulaciones destinadas a someter a la población carcelaria, has¬ta la represión y la tortura brutal y directa, esa que se escribe en los cuerpos de personas como Ernesto, un detenido que -desde una cárcel de máxima seguridad de otro lugar del país- escribió esta carta a la que se le han modificado levemente al¬gunos párrafos y omitido otros.

También su nombre ha sido cambiado, por razones obvias de seguridad, y no es motivo de esta nota las circunstancias en que quien la firma ha conocido a Ernesto.

“¿Acaso la reclusión no es suficiente castigo?, ¿acaso el estar confinado a unos estrechos límites con nada de aire y espacio no basta para que quienes estamos en la cárcel sintamos el significado de la palabra punitivo?, ¿acaso no es suficiente para una persona sentir que se ha hipotecado su condición de ser libre y autónomo?, ¿acaso con el hecho de estar sometidos al orden penitenciario y vivir a diario toda la penuria de la reclusión no paga el castigo completo?”, se pregunta Ernesto muchas veces cada día de los largos años que permanece y ha de permanecer dentro de los muros de la prisión.

Ernesto escribe desde el coraje, la impotencia y la honestidad que le otorga el compromiso y la convicción apasionada de que su esfuerzo puede dar algo a ese empeño de edificar un mundo diferente a ambos lados de la mirilla.

Así, cada amanecer es un reto para él, el tiempo deja de ser una implacable carga para transformarse en un precioso espacio en el cual cabe bosquejar otros paisajes, nuevos senderos donde alguna vez se transite una experiencia diferente a ese dantesca descenso a las cloacas del Estado.

La cárcel oculta tras las bambalinas de nuestro Estado de Derecho, a menudo con complicidad de las autoridades, un submundo clandestino cuyos códigos y reglas del juego utilizan la reclusión como un revólver que apunta a la sien de cualquier ciudadano; un laberinto sin fin donde el ansia de libertad es lo único que puede llevar a Ernesto, a todos los Ernestos, algo de calma y esperanza de que, alguna vez, tocará “la estrella que lo guía”.

Opaca por fuera, custodiada por gruesos muros como una fortaleza, la cárcel es, sin embargo, espacio transparente de experimentación en el que afinan estrategias totalitarias guardiacárceles, médicos, psiquiatras, funcionarios y todo un sistema penal que aplica impunemente sus técnicas de castigo.

Desde el ejercicio de un control milimétrico y de una vigilancia constante, pasando por las más sutiles manipulaciones destinadas a someter a la población carcelaria, hasta la represión y la tortura brutal y directa, esa que se escribe en los cuerpos de personas como Ernesto, un detenido que -desde una cárcel de máxima seguridad de otro lugar del país- escribió esta carta a la que se le han modificado levemente algunos párrafos y omitido otros.
También su nombre ha sido cambiado, por razones obvias de seguridad, y no es motivo de esta nota las circunstancias en que quien la firma ha conocido a Ernesto.

“¿Acaso la reclusión no es suficiente castigo?, ¿acaso el estar confinado a unos estrechos límites con nada de aire y espacio no basta para que quienes estamos en la cárcel sintamos el significado de la palabra punitivo?, ¿acaso no es suficiente para una persona sentir que se ha hipotecado su condición de ser libre y autónomo?, ¿acaso con el hecho de estar sometidos al orden penitenciario y vivir a diario toda la penuria de la reclusión no paga el castigo completo?”, se pregunta Ernesto muchas veces cada día de los largos años que permanece y ha de permanecer dentro de los muros de la prisión.

Ernesto escribe desde el coraje, la impotencia y la honestidad que le otorga el compromiso y la convicción apasionada de que su esfuerzo puede dar algo a ese empeño de edificar un mundo diferente a ambos lados de la mirilla.

Así, cada amanecer es un reto para él, el tiempo deja de ser una implacable carga para transformarse en un precioso espacio en el cual cabe bosquejar otros paisajes, nuevos senderos donde alguna vez se transite una experiencia diferente a ese dantesca descenso a las cloacas del Estado.

La cárcel oculta tras las bambali¬nas de nuestro Estado de Derecho, a menudo con complicidad de las autoridades, un submundo clandestino cuyos códigos y reglas del juego utilizan la reclusión como un revólver que apunta a la sien de cualquier ciudadano; un laberinto sin fin donde el ansia de libertad es lo único que puede llevar a Ernesto, a todos los Ernestos, algo de ca¬ma y esperanza de que, alguna vez, tocará “la estrella que lo guía”.

“Muy lejos de todo”

“Estoy detenido en una cárcel de máxima seguridad para condenados muy lejos fí¬sicamente de mi lugar, pero también lejos por la indiferencia y el abandono que nos deja aquí aislados.

Vendados y queriéndonos conformar con un pequeño patrimonio, para ganárnoslo los presos debemos humillarnos y someternos. Creo que este gobierno viene logrando cambios positivos, pero que todavía (al menos donde estoy) no se ha tocado ni ha tratado la enfermedad profundamente.

Para que el delincuente social, aquel que no ha tenido nunca la oportunidad de reconstruir su vida y sobre todo de reconstruirse primero como ser humano, es primordial ser él el punto de partida del proyecto, para luego de recuperar su libertad, tener objetivos y un lugar en el mundo.

Pero aquí el modelo de rehabilitación que se aplica es el de los palos y los engomes (encerrados en una celda), entre otros. Ante tantas injusticias que hay que bancar cotidianamente siempre habrá quien reaccione mal, y es ahí adonde aprovechan no sólo para sancionar a ese pibe que no pudo bancarse sino también para molerlo a palos y tomarlo de excusa para dejar a los otros detenidos encerrados en su celda de tres a diez días; privados de comunicación telefónica, defecando en bolsas y orinando en botellas. Con suerte un baño cada dos o tres días, todo según el ánimo con que se hayan levantado.

No existe un organismo que regule estas atrocidades y nos proteja. Procuración Penitenciaria apenas hace lo que puede y están saturados de casos. Las defensorías oficiales directamente no existen (…), ¿quién nos protege?

Los mismos médicos del penal están ahí cuando te golpean y los que escriben, de lo que escriben en nuestros cuerpos, nunca dicen la verdad. ¿Quién va creer que ellos mismos se tiren en contra de su propio sistema?; y cuando realizamos una denuncia, si sólo tenés rota la nariz y un par de moretones comentan ironizando y se ríen: “¿cómo llamaríamos a esta lección tiempos atrás?”.

Imposible pretender que demostremos todos los casos de tortura que aún vivimos aquí, ni como están organizados y complotados con la represión incorporada sistemáticamente como método.

(…) No sé si hay muchos que estén interesados en que esto cambie. Pero yo soy uno que sí lo está y estoy seguro de que hay otros, sólo hay que despertarlos. También creo que afuera hay gente dispuesta a ayudar. Su mirada aquí rajaría las paredes y poco a poco avanzaríamos.

Les dejo algo de Eduardo Galeano para despedirme: “Cuando el Che Guevara escribió su última carta a sus padres, para decir adiós no eligió una cita de Marx, escribió: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo. Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará la estrella que lo guía”.

Ernesto
Enero de 2012

¿El sistema carcelario rehabilita?

El sistema penal sigue siendo una máquina para producir dolor inútilmente. La ejecución de la pena por medio de la coacción del dolor moral y físico en la persona del condenado (y su familia) es estéril, pues no lo transforma sino que lo destruye, lo aniquila.

Solo es posible desterrar esta violencia carcelaria que se inscribe en el cuerpo del interno impulsando acciones que dirijan la mirada sobre lo que construye, lo que produce, lo que promueve.

En este sentido, impulsar la educación en las cárceles es fundamental para el éxito de la reinserción social del recluso y la principal estrategia para combatir uno de los males más dañinos del encierro, la socialización delictiva que lleva a la reincidencia.

El último grito

Al día siguiente de escribir
esta nota y poco antes de su publicación me comunican
que encontraron a Ernesto “colgado en su celda”. ¿Suicidio?
Tu último grito, Ernesto, triste, solitario y final…
Hace tanta soledad, muchacho, que mis palabras
se suicidan tras tu muerte.

Fuente: http://www.diarionorte.com/noticia.php?numero=78186