El martes 22 de agosto de 1911, el Louvre abrió sus puertas como de costumbre al público. Alrededor de las 10, llegó uno de los primeros visitantes, un artista llamado Louis Béroud, quien iba dispuesto a observar la pintura y crear su propia versión, pero cuando llegó se dio con que en el lugar de la obra solo había un par de clavos herrumbrados…
Molesto, pero más sorprendido, se dirigió a los guardias y reclamó por el óleo. El guardia, bastante despreocupado, le dijo: “Puede que la hayan enviado al estudio del fotógrafo del museo o quizás a la sala de los conservadores…”. El vigilante salió a buscar la pintura, pero no la encontró por ningún lado. La calma del museo se rompió, lo que parecía imposible había sucedido: habían robado en el Louvre.
Llamaron a la Policía y acordonaron el museo, que estuvo cerrado durante seis días para realizar las investigaciones de rigor. Nada tuvo sentido, estaban cada vez más lejos de los hechos.

En el departamento
Vincenzo Peruggia llegó a su pobre y húmedo departamento y dejó a la mujer más valiosa de la historia del arte en un rincón. Los titulares de la prensa no dejaban de sucederse. El carpintero comenzó a preocuparse a medida que pasaba el tiempo porque la habitación no tenía calefacción y había mucha humedad. Era un hombre cuidadoso y conocedor del arte; sabía que de seguir ahí se terminaría arruinando.
Así es que le pidió a un amigo italiano que vivía en su misma calle, que guardara el cuadro en su habitación durante un mes o dos. Mientras, ya se habían realizado las copias que el argentino había vendido y que, por supuesto, ya se habían esfumado de la escena.
Corto de tiempo
Vincenzo no era un ladrón experimentado, y a la vez era un amante del arte, por eso el paso del tiempo y su falta de conocimiento de cómo podía colocar semejante obra entre los coleccionistas privados lo comenzó a desesperar.
Decidió escribirle una carta al director de la Galería Uffizi, Alfredo Geri, y así, el 29 de noviembre de 1913, llegó a Italia una carta matasellada en París. La misiva estaba firmada con el nombre de “Leonardo”.
En la carta ofrecía devolver la pintura a Italia “de donde no debía haber salido”, decía. No hablaba de sumas de dinero, pero afirmaba que era pobre y que estaba pasando muchas necesidades.
A vuelta de correo, Geri invitó a “Leonardo” a ir a Florencia. Vincenzo Peruggia metió el cuadro en su valija y se dirigió a Florencia. Por primera vez en más de 300 años, la Mona Lisa abandonó Francia.
Peruggia llegó a Florencia de noche, por eso se alojó en un humilde hotel. Al otro día, se levantó, dio un paseo para poner en orden sus ideas y regresó a la habitación. A la hora que habían convenido llegó el director de la galería y un curador. En seguida se dieron cuenta de que era el original, al observar las finísimas grietas en el cuadro, producto del craquelado del óleo durante siglos.

Los hombres habían llamado a los carabinieri, quienes detuvieron a Vincenzo Peruggia.Ante las autoridades, el carpintero alegó que el robo había sido perpetrado para devolver la obra a su verdadera patria, y que él solo eravíctima de un estafador, el argentino Eduardo Valfierno, quien nunca más tuvo contacto con él.
El jurado lo sentenció a un año y 15 días de prisión por considerar que el robo había sido por cuestiones puramente “nacionalistas”.
De todos modos, antes de regresarla a Francia, la pintura se exhibió en Florencia, Roma y Milán.
Sus descendientes aún hoy sostienen la misma historia. Lo cierto es que la prensa lo bautizó “el robo del siglo”.

http://www.eltribuno.info/salta/153789-Un-ano-de-pena-por-alegar-causas-patrioticas.note.aspx