Para el fiscal Eduardo Marazzi, la vida en el Barrio Mitre de Saavedra cotiza menos que en Puerto Madero. Por eso, argumentó, no es condenable que el oficial de un grupo de élite irrumpa en una casa y ejecute con hábil puntería a un joven de 20 años culpable sólo de estar durmiendo en su cama. La mala reputación avala, según este representante del Ministerio Público, el uso fácil del gatillo.
El insólito alegato se escuchó durante la quinta jornada del juicio contra el integrante del grupo GEOF Rodrigo Valente, acusado del homicidio del bailarín de tango Alan Stefano Tapia, en el marco de un allanamiento.
Marazzi resaltó que el hecho «ocurrió en Villa Mitre, no en Puerto Madero o en las Islas Seychelles». Al tratarse de un lugar «peligroso», explicó, el policía supuso que la víctima estaba armada y por eso disparó.
Ante la sorpresa de la querella, representada por la familia de Alan, el fiscal coincidió con la defensa y pidió la absolución de Valente por entender que existía una «duda razonable e insuperable» sobre la conducta del uniformado.
Agregó que «actuó en el ejercicio de su deber» al suponer que dos fierros soldados hallados en la habitación de Tapia eran un arma. «La nocturnidad causó su error», sentenció.
«El fiscal nos discriminó. La vida de nosotros no vale nada porque supuestamente vivimos en un barrio peligroso. Por eso primero están las de los policías, que pueden disparar sin dar la voz de alerta. A mi hijo ni siquiera lo dejaron levantarse de la cama», se queja Claudia, la mamá de Alan, quien todavía no puede creer lo que tuvo que escuchar en la sala del Tribunal.
«Si el policía que mató a mi hijo queda suelto, ¿quién va a pagar por arruinarnos la vida?», se pregunta la mujer, y sabe que nadie tiene la respuesta.
El 15 de febrero de 2012, alrededor de las seis de la mañana, tres agentes de la fuerza especial GEOF ingresaron a la casa de los Tapia, dividida en dos plantas, con la excusa de apresar a uno de los hijos del matrimonio, menor de edad, por una presunta denuncia de un vecino. Pero el oficial Valente encontró al hermano, Alan, durmiendo en la pieza del fondo y, sin pretexto que alcance, se desquitó.
La bala entró por el abdomen, estropeando el riñón y el hígado, y perforando la vena aorta. En el Hospital Pirovano necesitó nueve dadores de sangre que alargaron la agonía. Murió a las 11 de la mañana. La única que estuvo a su lado fue la madre. El resto de la familia estaba demorada en una comisaría bajo el cargo de resistencia a la autoridad.
«Después de que el policía le disparó a Alan llegó la Infantería. Rompieron la puerta, les pegaron a mis otros tres hijos  y a mi marido, y después se los llevaron a todos. Creo que Alan se murió también por toda la indignación de no estar acompañado en su último aliento», cuenta Claudia.
La familia Tapia sostuvo desde un primer momento que los dos fierros soldados y pintados de negro que Valente dijo haber confundido con una pistola fueron «plantados» por la policía. En el juicio, un perito declaró que ni siquiera se parecen a un arma «tumbera».
Claudia destaca eso y también que después del crimen se probó que su otro hijo tampoco era culpable de nada.  «

 

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